Petra Saviñón Ferreras
Con en un juego virtual, una pandemia vitupera la tierra y esta tribu diseminada no ha podido eliminarla, pese a sus avances tecnológicos y entonces pensamos en enfermedades terribles sufridas por esta humanidad siempre convulsa.
La lepra, el cólera, la peste bubónica, la fiebre española, la viruela (la que generó la creación de la vacuna) males espantosos y con daños dermatológicos que hacían despreciable al afectado y que ya están controladas, por suerte.
Sin embargo, esta producida por el sars cov2 ha dado agua y alarma, ha cerrado el mundo de una forma que deja dudas y suscita preguntas como si de verdad era necesario este candado.
¿En serio no había forma de manejarla sin este cierre que trastoca la vida diaria y no tan diaria?
Hastiada del encierro y de sus consecuencias, mucha gente asume que esto es un exceso, una exageración sin sentido y hasta surgen movimientos de rechazo y actos de rebeldía.
En este país, pequeñito y en una largaaa vía al desarrollo, el estado de emergencia genera pérdidas económicas graves y trastornos emocionales muy serios pero si es lo que hay por el bien de todos, bueno.
Mas cuando una ve toda esa gente colgada de las puertas de las guaguas públicas, el poco distanciamiento incluso en el metro, esas filas en las que no siempre es guardada la separación, el choque de personas en ciertos sitios, esos establecimientos en los que la gente consume alcohol al por mayor, dentro y en las aceras…
Cuando una topa con ese escenario, pregunta si de verdad tiene sentido este toque de queda, este cerrojo echado al país, y sobre todo, esta limitante para los besos, para los abrazos, para llorar y enterrar a nuestros muertos
Alguien debe tener la respuesta.