Petra Saviñón Ferreras
Ya no es que devuelvan con mentas porque no hay menudo ni que ni digan “le voy a deber”. Ahora es que los vendedores o prestadores de servicios ni siquiera toman la molestia de explicar que no devolverán.
Poco a poco, la población ve menguar sus derechos callada, avergonzada de exigir un monto “insignificante” que le pertenece y peor, cuando lo hace otros clientes tienden a criticar su “tacañería”.
Sin importar la cantidad, es deber del que recibe un pago entregar el vuelto a su dueño y en caso de que no cuente con menudo intentar buscarlo en otras áreas. Al menos allantar y que sea el propietario quien decide si desiste.
Sin enterarnos, de forma sutil, nos despojan de derechos con el argumento de que eso no es nada y aunque nos moleste, a veces usamos esa misma excusa para convencernos de no reclamar, cuando en realidad lo que tenemos es miedo.
Entonces nos debatimos entre la intención de evitar el despojo y la reacción que tendremos de vuelta.
Si calculamos, por ejemplo, cuantas veces al día un centro comercial grande le dice a un comprador que no tiene menudo, obtendríamos una alta suma de dinero a favor, claro está, del establecimiento.
Es como si poco a poco perdemos espacio y voz para reclamarlo, porque nos inculcan que son pequeñeces y así acumulamos atropellos, vejaciones pequeñas que aglomeradas mejor ni pensar lo que crecen.