Petra Saviñón Ferraras
-Esa es una enfermedad de alto costo-le contesta el empleado de la Administradora de Riesgos de Salud a la mujer que desesperada espera que el seguro le garantice la protección a la que está obligado.
-Alto costo pago yo con esta situación-exclama la víctima con tono de quien conoce sus derechos, algo ultra necesario en un sistema en el que la falta de orientación convierte a los contribuyentes en eso, en víctimas.
El desamparo que arropa a los cotizantes es irritante, lancinante. Un montón de debilidades los atropella. Amén de los abusos legalizados como que la cápita anual no sea acumulativa, la pírrica suma para medicamentos, las trabas para adquirirlos y para acceder a cualquier procedimiento médico.
Las irregularidades como que un titular afilie a un dependiente y pese a que ha cotizado no aparezca como beneficiario, suman un renglón más a ese catálogo de sufrimientos del que las autoridades parecen ajenas.
Así, las precariedades agudizan el cuadro, sobre todo de los pacientes con enfermedades catastróficas, las de alto costo económico, emocional y moral.
El programa de medicamentos de alto costo del Estado anda de cabeza y los pocos que acceden denuncian que reciben solo los más económicos, que los otros, los que cuentan un riñón y todas las vísceras, no los entregan.
Para paliar un poco, el Seguro Nacional de Salud dispuso un plan destinado a abastecer de fármacos a sus afiliados diabéticos y cardíacos pero igual llegan las quejas de que solo les proporcionan los de menos costo y encima genéricos.
Importante es frenar esta situación y que ya no lluevan más reclamos, porque de lo contrario lloverán muertos.