Petra Saviñón
La autora es periodista
Las cárceles son ahora centros de rehabilitación para lograr la reinserción social, de acuerdo con las autoridades y aunque hay leves cambios como el acceso a formación académica, a un limitado, qué lejos queda esa proclama de una realidad tan grotesca, pintada en las entrañas de esos recintos.
Las penitenciarías fueron concebidas como lugares para encerrar a las personas constituidas en peligro para la sociedad, para aislarlas y castigarlas, no para reformarlas y pese a que esa estrategia cruel, inhumana ha sido variada en discurso, la práctica requiere más esfuerzos.
Es imposible transformar un sistema aberrante, grotesco, un realismo mágico destructor sin pensar en el ser humano como protagonista, en sus derechos básicos, alimentación, educación, salud y espacio, claro espacio.
El hacinamiento en el que viven miles de reclusos, de privados de libertad, si vivir es el término, permite las atrocidades más grandes, atenta contra la seguridad y afecta su salud de manera severa.
Punto por punto son desglosados los daños que permean al sistema, y perjudican a esos seres humanos pero la voz que clama en el desierto choca con las piedras, con el muro de poder que reprime sus gritos.
Así cae en el vacío la venta de camas, de celdas exclusivas, el desasosiego de preventivos con coerción de tres meses que ven pasar tres años, hasta por simplezas como que no hay esposas y esa amplia lista de corrupción rampante a ojos de todos que nadie nota.
Esta degradación que deforma aún más y es una ofensa a la sociedad entera, es la que debe prender en fuego para que cantemos victoria.