Petra Saviñón Ferreras
Ocurre con tanta frecuencia que cuando no estamos de acuerdo con alguna postura recurrimos a encuadrar al opositor, a meterle en esa caja que nos dictan nuestras convicciones y lo hacemos porque creemos que es así o porque nos conviene, aunque sepamos que es una falacia.
Así, creamos prototipos y colocamos allí a la gente. Si piensa de tal manera sobre tal tema es de esta forma. Aterrizado, si una persona es religiosa entonces es “lógico” que sus pensamientos estén contaminados por el fanatismo y todo lo que diga aunque tenga base científica, será visto desde esa óptica para anularle.
Ese individuo será a partir de sus creencias espirituales machista, contrario al aborto, derechista, homofóbico.
En cambio, si es ateo entonces lo “lógico” es que esté a favor del aborto, que sea feminista e izquierdista y tenga buena relación con los homosexuales.
Esto porque necesitamos reafirmar nuestras convicciones, porque es más fácil así, encajonar, que analizar y de paso, sacamos de carril al otro.
Es menester que nos recuerden o expliquen que entre el blanco o el negro hay una amalgama de grises. Que una persona no está atada a un conjunto de creencias, de ideologías, de temas, porque el ser humano es más que esos adjetivos que puedan oprimirle.
De esa manera hallamos que un izquierdista no es por obligación ateo, ni un religioso derechista, que un creyente puede estar a favor del aborto y un incrédulo en contra, lo mismo con la homosexualidad o el feminismo.
Tener clara esta concepción nos permitirá ser más objetivos, más certeros y menos injustos con nuestros semejantes que piensan distinto.