Petra Saviñón Ferreras
Las redes sociales sirven para enlazar amigos, para conocer gente, promover productos, expresar opiniones que dan pie a debates enriquecedores y otras cuestiones que traen bienestar pero su otra cara no siempre hace sonreír, al contrario…
De la misma manera en la que es posible sacar tantas ventajas para crecimiento personal a esas herramientas e incluso fomentar la solidaridad, la compasión, también es posible destrozar vidas, llevar el dolor más agudo
Una de las debilidades que permite a personas enfermas elucubrar actos macabros contra los usuarios de la tecnología es lo propensos que somos a desnudarnos (de forma figurada y literal) frente a desconocidos que están en nuestra a veces extensa lista de “amigos”
Mostramos el cuerpo y peor aun, el alma, a gente de la que solo sabemos la historia que nos ha contado en ese espacio virtual, como si su verdad fuera la verdad
Quizás somos tan explícitos en la red porque la tomamos como un medio para construirnos a nosotros mismos, para soñar con lo que queremos ser, por una necesidad perentoria de que los demás sepan que existimos o por todo junto
Lo cierto es que esa actitud de subir lo que hacemos, lo que haremos, lo que pensamos nos coloca en una posición de vulnerabilidad que nos convierte en víctimas reales de actos atroces
Hay de todo en esa viña, desde gente que vende imágenes de torturas o publica su suicidio, hasta los pederastas que fingen ser menores de edad para engañar a niños y luego violarlos y hasta matarlos
Los que prometen matrimonio a damas encandiladas con sus galanterías y luego las extorsionan con amenazas de publicar imágenes íntimas, las que engatusan a hombres de los que logran que les depositen altas sumas en sus cuentas bancarias
Los que planifican venganzas y crean perfiles falsos para engañar a conocidos, como el caso del individuo que prometió matrimonio a su excuñada y cuando ella acudió junto a su hijo de dos años a conocerlo, mató al pequeño y la apuñaló
Quizás sea tiempo de buscar adentro, de ver qué nos lleva a aferrarnos tanto a ese mundo de irrealidades, de tal manera que nos alejamos del de verdad, del que está fuera de las pantallas, del que nos permite vivir para contar