Petra Saviñón Ferreras
Fiesta, romooo, consumismo y vanidad. Está probado por hallazgos científicos que la Navidad, lo mismo que otras festividades, impactan el cerebro, lo incitan al desbordamiento, a la desmesura.
Estos excesos no van solo en modo negativo, en el caso concreto de estas fechas, la gente tiende a ser menos estricta, más ligera con los gastos pero igual aumenta su grado de sensibilidad, su inclinación a ayudar.
Esa excitación cerebral es movida por un cúmulo de factores establecidos hace rato y que las neuronas asumen ya de forma inconsciente pero eso sí, la promoción al gasto refuerza.
Las campañas para motivar las buenas acciones son nimias frente a esa avalancha de comerciales, de discursos, de música consumista que entra por todos los poros hasta un organismo a veces con defensas muy bajas.
Entonces viene esa transmutación en dioses, ese poder que desconocíamos y nos eleva, nos elevaaa y nos hace subir a un vehículo botella o vaso de alcohol en mano u otras sustancias lesivas o nos lleva a otras acciones temerarias.
Esa fuerza que nos impregna con frecuencia nos hace estrellar, de forma figurada y de la peor, la literal y entonces viene el lloro y el crujir de dientes, como el de los que van a las calderas aquellas.
Pedir mesura es quizás desbaratar el negocio a los que nos necesitan desencajados, dispuestos a gastar, a comprar porque el doble no lo dan to los días ni los feriados tampoco y porque el año concluye e inicia una sola vez.
Que a los creyentes Dios le pase su mano y a los incrédulos la sensatez, les oriente pero a todos los cubra la certeza de que sus actos determinarán su destino y lleguen sanos y salvos a 2022.