Petra Saviñón Ferreras
Quizás porque no es una enfermedad con síntomas tan visibles como el resto o por la complejidad que implica, la depresión o no es tomada con la seriedad que amerita o peor, pasa desapercibida.
Pero ni una y otra causa disminuye sus estragos. Al contrario la incomprensión que rodea a este mal lo agrava al punto de que los suicidios por su causa registran un incremento de hasta un 35% este lustro.
Su mayor grueso de víctimas está entre personas de 15 a 40 años y aunque las consultas aumentan, los profesionales de la salud mental estiman que un alto porcentaje de afectados nunca busca ayuda y pasa sus días en ese tétrico laberinto o sale de la manera más temible: muerto.
Las alertas han sido dadas hace años pero la dureza con la que suelen ser tratados estos enfermos no experimenta muchos cambios y ¡oh paradoja! Es justo en el seno familiar en el que más rechazo reciben.
Tachados de vagos, de locos, acusados de no hacer esfuerzos para salir del cuadro, de no “poner de su parte” el sufrimiento que padecen los pacientes depresivos es indescriptible.
De un lado luchar con el estado de desgano, tristeza y sensación de fracaso en el que los sume la terrible pandemia. Del otro sentir la humillación de su propia gente que los fustiga inmisericorde para que reaccionen.
Es quizás la ambivalencia que muestran algunos afectados lo que más confunde a los cercanos. A veces no es tan fácil detectar el problema. En ocasiones una actitud fascinante, burbujeante esconde una seria depresión.
Es como indican los especialistas un disfraz, voluntario o inconsciente. Una máscara para ocultar el estado real que permea al dueño de esos actos, que puede caer en un estado de desidia tal que ni el sufrimiento suyo ni el ajeno le importen.
Suele ocurrir que ese gozo de mentiras es inducido por factores externos de efecto temporal. Así, estudios arrojan que aumenta el consumo de estupefacientes en este segmento, donde busca falsas alegrías.
Esas mismas sustancias son también responsables del aumento de los suicidios, porque cuando termina la euforia que han creado dejan un hundimiento aun mayor.
Las autoridades de Salud Pública y de Educación tienen ahí un nicho para trabajar con programas reales contra este terrible descontrol.
Es probable que ofrecer desde las escuelas alternativas de vida útil como arte, deportes, cultura junto con intervención terapéutica familiar ayude a erradicarlo y a evitarlo.