Un nuevo estudio realizado mediante escáneres cerebrales sofisticados halló un vínculo entre el uso de pantallas y el desarrollo cerebral de los niños pequeños, sobre todo en áreas relacionadas con el desarrollo del lenguaje, lo cual refuerza los lineamientos sobre minimizar el tiempo que los niños en edad prescolar pasan frente a las pantallas.
Comencemos con total transparencia: conozco a algunos de los autores de la investigación, que se publicó el 4 de noviembre en JAMA Pediatrics. El autor principal es John S. Hutton, director del Centro del Descubrimiento de la Lectura y la Alfabetización en el Hospital Infantil de Cincinnati. Escribí sobre parte de su investigación hace algunos años, cuando analizó la manera en que los cerebros de los niños pequeños reaccionan al escuchar historias, e incluso he colaborado con él en la redacción de artículos sobre los niños y la lectura, uno de mis temas favoritos (el mundo de los pediatras obsesionados con los libros que tienen imágenes es pequeño y de conexiones bastante estrechas).
Los investigadores llevaron a cabo escáneres cerebrales especiales, resonancias magnéticas con tensores de difusión, que evalúan la integridad de la materia blanca del cerebro, en 47 niños sanos de 3 a 5 años, todos de hogares anglófonos, la mayoría de clase media a media alta.
Se les preguntó a los padres sobre el uso de pantallas de sus hijos, y los investigadores usaron una puntuación compuesta llamada ScreenQ, que se ha desarrollado y validado a lo largo del último par de años, a partir de los lineamientos actuales del tiempo que se debe pasar frente a pantallas de la Academia Estadounidense de Pediatría, que se basan en las mejores pruebas que tenemos hasta la fecha.
Una puntuación de cero significaba un cumplimiento perfecto de los lineamientos (sin pantallas en la habitación, el niño no comienza a ver televisión ni a usar aplicaciones sino hasta después de los dieciocho meses, no se expone a contenido violento, el tiempo total frente a las pantallas para los niños en edad prescolar es de una hora al día de programación de alta calidad, el tiempo frente a las pantallas junto con los padres, etcétera), y una puntuación de 26 significaba un incumplimiento total de los lineamientos (comenzó a ver pantallas antes de cumplir 1 año, tiene pantallas en su habitación, ve contenido violento, mucho más tiempo total frente a las pantallas, no lo hace junto con sus padres, etcétera).
Después los investigadores compararon las puntuaciones ScreenQ con sus escáneres cerebrales, que mostraron el nivel de mielinización de las neuronas, es decir, el nivel de mielina, la sustancia adiposa que cubre las conexiones entre las células nerviosas que también le da su color a la materia blanca. Aísla las células nerviosas y aumenta la eficacia de la señalización.
“Cuanto más se anime a estas áreas a comunicarse, ya sean las áreas del lenguaje o la función ejecutiva, más se estimulará la mielinización”, dijo Hutton. “La cantidad de mielina alrededor de una fibra nerviosa se relaciona directamente con la frecuencia con que se estimula y se usa”.
Los niños alcanzan objetivos de desarrollo cuando las áreas relevantes de su cerebro están mielinizadas, explicó; el “estallido” del lenguaje a los dieciocho meses, por ejemplo. Cuando la conexión se mieliniza completamente entre la parte del cerebro conocida como área de Wernicke (comprensión de palabras) y la de Broca (producción del habla), los niños pasan de entender las palabras a decirlas. “El dicho de la neurociencia es que las neuronas que se activan juntas se conectan de la misma manera”, dijo Hutton. “La práctica de hacer cualquier cosa refuerza las conexiones”.
La puntuación ScreenQ promedio en el estudio fue de alrededor de nueve, con un rango del uno al diecinueve. Aproximadamente el 41 por ciento de los niños tenía una pantalla en su habitación; casi el 60 por ciento tenía su propio dispositivo portátil. El tiempo frente a las pantallas promedio al día era de una hora y media, pero el rango iba de cero a doce horas.
Después de ajustar los datos según la edad, el género y los ingresos, los niños con puntuaciones ScreenQ más altas tenían medidas menores de integridad estructural y mielinización, sobre todo en áreas relacionadas con el lenguaje y las habilidades de alfabetización.
Los investigadores también pusieron a prueba a los niños de manera cognitiva, revisando las medidas de lenguaje y de alfabetización temprana. Los resultados de las pruebas cognitivas se correlacionaron bien con la exposición de los niños a las pantallas; los niños con mayor exposición a las pantallas tenían un peor lenguaje expresivo y peores resultados en pruebas de velocidad de procesamiento de lenguaje, como nombrar objetos rápidamente.
“Este es el primer estudio que documenta una relación entre un mayor tiempo frente a las pantallas y la estructura cerebral, y las habilidades relacionadas”, comentó Hutton.
Es un estudio transversal —una imagen de estos cerebros en desarrollo en un momento determinado— que por definición muestra la asociación, no la causalidad. Si hay un vínculo directo, quizá tenga menos que ver con las pantallas en sí y más con lo que el tiempo en pantalla pueda estar remplazando en la vida de los niños.
“También enfatizaría firmemente la cuestión de la agilidad”, escribió Hutton en un correo electrónico. “No es tanto que ‘las pantallas sean malas’, sino que ‘las pantallas no son una buena idea en este momento’. Es como conducir, que no es malo, pero hacerlo de los 3 a los 5 años no es tan buena idea”. Sobre todo, escribió, las tabletas son “tan poderosas y envolventes que quizá no deban estar en manos de niños pequeños y en edad prescolar”.
Eso no quiere decir que las pantallas sean intrínsecamente dañinas ni que los padres tengan la culpa por permitir su uso. Es un ejemplo admonitorio acerca de las maneras en que el cerebro en desarrollo se moldea a partir de experiencias, y sobre los tipos de experiencias que quizá sean más útiles y constructivas, así como las formas en que los padres pueden generar esas experiencias.
Así se relaciona con la idea de la lectura, del juego, de contar historias, pasar tiempo afuera y las demás cosas que pueden llenar la vida de un niño pequeño. El mismo grupo realizó otro estudio que halló efectos estructurales positivos en el cerebro asociados con actividades de alfabetización más estimulantes en casa.
Desde el punto de vista de la ciencia cerebral, lo que necesitan los niños pequeños, dijo Hutton, son “experiencias que refuercen esas redes de manera más sólida”. Si las pantallas están remplazando la interacción con sus cuidadores, o actividades relacionadas con el habla y el juego, los niños quizá no estén aprovechando al máximo la sorprendente plasticidad neuronal y el potencial de esos primeros años.
“Todo se trata de la experiencia”, dijo Hutton. “Hay que preguntarse si el tiempo en pantalla interfirió con algo que habría sido constructivo, como la lectura, el juego o el habla”.
Lo mejor del cerebro —y sobre todo de los cerebros jóvenes— es esa plasticidad. Este es un estudio transversal, una imagen congelada de cerebros en movimiento. Las tendencias en cualquier niño podrían revertirse y cambiar. Esto no quiere decir que algunos niños estarán en desventaja para siempre, sino que hay más evidencia que sugiere que durante los primeros años de vida nada debería detener nuestras interacciones, relaciones y participación. Lo preocupante es que el poder seductor de las pantallas quizá tenga precisamente el efecto opuesto.
EFE