María Fals
La autora es crítica de arte
Esta palabra define el carácter irregular de sus formas decorativas y su apego a la naturaleza.
El rococó francés ha tenido profunda relevancia a través de los tiempos. Hoy aún podemos ver hermosas sillas tapizadas de líneas curvas, presentes en los comedores de algunas casas. En las mesas centrales de nuestras salas podemos apreciar figuritas de cerámica representando a los angelitos o pastores propios de este estilo.
El rococó fue uno de los estilos que se desarrolló a comienzos del siglo XVIII. La palabra rococó viene de los términos del idioma francés rocaille (roca del mar) y coquille (concha).
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Esta palabra define el carácter irregular de sus formas decorativas y su apego a la naturaleza. Se corresponde con el período en que gobernó el monarca francés Luis XV, por eso también se le llama estilo Luis XV.
En esta época, las mujeres ganaron mayor importancia social, las de alta clase pudieron dedicarse a estudiar sobre las artes y la literatura, organizaron tertulias y encuentros artísticos, por lo que gustos femeninos como la delicadeza, el detalle y el uso de colores pasteles se impusieron en el lenguaje formal de las obras de arte y de los objetos decorativos. Fue muy famosa como mecenas Madame Pompadour, una marquesa protectora del pintor Boucher y de otros artistas.
Junto a los grandes pintores masculinos de ese período como Watteau, Boucher y Fragonard, se desatacó la retratista y paisajista María Luisa Vigée Lebrun (1755-1842). De origen humilde, logró por su talento ser una de las primeras mujeres que pertenecieron a la Real Academia de Pintura y Escultura de Francia.
La pintura de ese período se caracterizó por sus colores suaves, por el predominio del paisaje en la composición, por lo idealizado y artificial del tratamiento de temas como la mitología clásica, el desnudo, el amor y las escenas campestres. Representó el universo tal y como lo querían ver los aristócratas, encerrados en sus “petits hotels”, alejados de la realidad de miseria que vivía ese pueblo que luego hizo una revolución que los quitó del poder.
En la escultura se esforzaron por lo pequeño, por lo frívolo, por lograr que una Venus nos observe con picardía y que un niño pequeño le abra la puerta de su jaula a un pajarito. Los muebles se retorcieron buscando las curvas de una pata tipo cabriolé, proliferaron los chaise longes para dormir largas siestas, los bureaus masculinos y los secrétaires femeninos, utilizados para escribir cartas y otros documentos.
El amor a los motivos chinos y la búsqueda incansable del secreto de la porcelana llevó a los ceramistas a redescubrir en el caolín, el feldespato y la arcilla blanca la forma propia de lograr crear objetos con esta técnica. Surgen así las porcelanas de Sévres, de Saint Cloud y de Meissen, que hoy nos deleitan por su belleza y de las cuales podemos encontrar muestras en el Museo de la Porcelana de la Zona Colonial de Santo Domingo.
Los edificios se alejaron de la magnificencia y el gran formato de Versalles. Se buscó lo íntimo, la paz de los salones pequeños donde conversar tranquilamente sobre temas de interés. Los espejos, las yeserías de doradas líneas finas poblaron las paredes interiores, los grandes ventanales permitieron ver el jardín espacioso y ordenado. Edificios como el Hotel Soubise en París, construido por Pierre Alexis Delamaire, con una apariencia exterior muy clásica y con decoración rococó en el interior, hoy pueden ser visitados por los turistas u observados en las fotografías de libros impresos, artículos y páginas digitales.
El rococó francés hoy sigue presente a cada paso, nos sorprende en nuestras vajillas floreadas, en las cortinas y alfombras de nuestras casas, en los jarrones de porcelana o loza que colocamos en las mesas, en las sillas de caoba, en los objetos de los que nos rodeamos para viajar a través del tiempo y recuperar, con la magia del arte, los ecos del pasado.