Petra Saviñón
La autora es periodista
El pueblo es todo el que no tiene una función de alto rango en el gobierno ni en los cuerpos castrenses o la Policía. Los que ganan un salario con el que han de hacer malabares y una gran parte es su propia jefa, porque debe bandeársela en la calle.
Es ese pisoteado incluso por gente de su misma condición social, porque el pobre es lobo del pobre. Los que mueren en intercambios de disparos, los que compran en el colmado libra a libra.
Aunque la clase media es colocada como la gran víctima de los gobiernos, y sus impuestos, nada más falso, con asuntos como la reforma fiscal serían los de abajo quienes más sufrirían, como lo hacen con las subidas diarias de precios.
Todos los días hay alzas antes y después de la anunciada reforma y el gran perdedor, claro, el pueblo puja y gime sin rejuegos.
Los de clase media tienen encima a los de la alta y los de la baja a la media. Así, estos huérfanos de solemnidad, de respaldo estatal llevan los más pesado.
Si esa masa, en muchos casos harapienta y sin acceso a servicios básicos, es la que manda, según pregón politiquero, habrá que ver dónde.
Claro, cada cuatro años tiene el chance de elegir gobierno y en eso consiste su soberanía, pero vota y vota para ir de mal en peor. Tal vez por eso lo hace cada vez con menos entusiasmo.
Así va este conjunto de ciudadanos que tiene derechos como las protestas, por reclamos no siempre atendidos pero envalentonado, libérrimo, ejerce esa potestad.
Las autoridades, mientras, pisan y pisan cómo para probar resistencia. Cuidado, sabido es que tanto va el cántaro a la fuente que un día…
Así que atención a tanto maltrato a ese pueblo, a esa masa, a los de abajo. No vaya a ser que ya el cántaro esté roto y ahí si es verdad.