Petra Saviñón Ferreras
El presidente Luis Abinader dispuso más de RD$2 mil millones en préstamos para respaldar el desarrollo de clínicas, con una tasa de interés desde 6.5 % en pesos y 5.5 % en dólares, con plazos de hasta 20 años y períodos de gracia especiales. Informarlo fue revolver el avispero.
Ayy ¿Pa qué fue eso? Diunave llegaron las críticas de sectores que entienden que este privilegio lancina a los más vulnerables, a esa gran masa que recurre al sistema estatal en el que no aparece ni una jeringuilla.
Resulta sí paradójico que en medio de la crisis que atraviesan los hospitales, el gobierno centre recursos en esas empresas, algunas muy saludables en lo monetario, por cierto, que en nada beneficiarán a los más carenciados, a aquellos clientes cuyo estatus económico le impide acceder a sus servicios.
Tiempo ha que la salud, ese derecho inalienable, es una mercancía cada vez más inaccesible y no solo por su alto costo. La calidad y la calidez quedan relegadas por completo, la deshumanización arropa este renglón en toda su extensión y esto tampoco es nuevo.
Los dispensadores de atención médica, un conglomerado que va desde el camillero hasta el director de los sanatorios, parecen competir en indiferencia en centros públicos y privados.
En los establecimientos del Estado las carencias son un detonante para cualquier enfermedad física y/o mental y registros hay de personas que complicaron su cuadro por una bacteria contraída allí o peor, otros que entraron sanos y enfermaron en esos lugares.
Las condiciones de unos fomentan incluso los trastornos síquicos, no todos los humanos resisten ese cuadro surrealista de aparatos averiados, salas descuidadas, baños descompuestos, mezclas de olores, empleomanía, incluidos médicos, que maltrata con acciones y palabras, como inconsciente del daño que genera su insensibilidad.
Estos espacios merecen una mirada abarcadora que recoja el drama en toda su magnitud, una inversión que mejore sus estructuras, que aumente su capacidad de operación con equipos suficientes y funcionales, en óptimo estado.
Su dueño, sí, el pueblo, los necesita en máximo funcionamiento y con la mayor eficiencia y disposición de sus plantas, de sus dispositivos y sobre todo de su personal, que recobre su humanismo y trate a la gente como tal.