María Fals Fors
M.A Historiadora del Arte. Crítica de Arte
Un martes 29 de septiembre fui recibida por el abrazo fraterno y la amable sencillez de un artista para adentrarme en un universo estético nacido del esfuerzo de muchos años de trabajo y de sueños, ubicado en edificio Óleo del Quinto Centenario número 4, conocido por todos desde mayo del 2019 como el Museo Casa de la Escultura Freddie Cabral.
En el ambiente de silencio y de paz de su hogar y museo, ocasionalmente interrumpido por el sonido de los vendedores ambulantes con sus pregones que nos devolvían a la realidad cotidiana, fue desarrollándose un diálogo que me condujo al entramado de su vida y de su obra.
El maestro Freddie Cabral comenzó desde muy niño la aventura por el camino del arte, simplemente jugando, sin pensar que algún día ese sería su oficio. Creaba pequeñas figuritas de barro junto con sus amigos, a las que ponía en medio de las calles para que los carros las destruyeran, todo un símbolo de lo efímero y de lo fugaz.
En la década del 60, finalizando el Bachillerato en el Instituto Domínico Americano, su profesora Esperanza Ricart descubrió su talento en el dibujo y lo motivó para que ingresara en la Escuela de Artes del Instituto de Estudios Superiores de APEC. Más adelante, estudió arquitectura en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, convirtiéndose así en un artista integral que manejaba, como los grandes del Renacimiento, la pintura, el dibujo, la escultura, la cerámica y la arquitectura con grandes aciertos.
Sin embargo, lo que le ha transportado sistemáticamente a un mundo creativo que lo hace sentir pleno totalmente, es la escultura. Freddie trabaja dentro de ésta tres técnicas fundamentales: la terracota, que lo que lo convierte al mismo tiempo en importante ceramista, la talla en madera y el trabajo de los metales.
Presidente de la Unión de Escultores Dominicanos, formado en París, altamente reconocido por su trayectoria artística en Estados Unidos de Norteamérica donde residió por varios años, es un mago de la forma y de la luz, de la vinculación de materiales y de la elipsis que lleva a explorar cada una de sus creaciones.
Contemplo en mi visita guiada sus esculturas lumínicas que crean un marco escenográfico y ambiental, avanzo entre su fauna fantástica de peces de madera reciclada y de metal, materiales integrados de tal forma que no se sabe dónde termina uno y comienza el otro. Conversando despacio, descubro en las manos del artista un cubo mágico, que considero un símbolo de la obra
del Maestro Cabral, un trabajo en madera, de fluidas formas exteriores, pero con un corazón estructurado y lógico. Ese es el secreto de este artista, la comunión en sus creaciones de la razón, el sentimiento y la poesía.
Me adentro en las “Puertas de los Artistas” obra de obras, como las puertas de Ghiberti, con un significado simbólico y referencial. Luego pasamos a observar la serie Ontogénesis, biomorfica, sugerente en su búsqueda de los orígenes, del punto preciso del comienzo en que dos mundos se unen para formar otro nuevo, una nueva entidad infinita, nacida del azar y del amor. Y al mirar hacia una pared de fondo, observo una escultura totalmente diferente, nacida del encuentro con la Megalópolis de acero, dura y ordenada, estable y rígida, que rompió momentáneamente con el Caribe acuático y cambiante de su universo primigenio.
Las rejas floridas entonces dejan pasar la luz en pequeños trozos de señales y una gata sabia y amorosa se trepa sobre una de las más importantes obras del Maestro. Entre arte, madera, bronce y terracota se desliza felinamente en busca de la caricia de las manos callosas del gran escultor y ser humano que modela en su cabeza amarilla y blanca el mensaje del lenguaje universal de los afectos.
Y justo en ese instante, las escultopinturas de ese otro artista inolvidable llamado Leíno Cabral se acercan a saludarme con sus hermosas texturas y colores desde el “Reino de la Inocencia”.
Y más tarde descubro al fotógrafo, al dibujante y sobre todo al pintor de círculos y espirales, en medio de un expresionismo abstracto colorido y armónico, reflejado en murales y lienzos escondidos en lo íntimo de su creación y de su espacio personal. El horror vacui es parte de la concepción estética de Freddie, no soporta la pared blanca y vacía, en cuanto puede la llena de colores, de metales, de figuras, ya sea colocando un pez que navega sobre el muro, un rostro o un tondo mural de espejismos y de islas.
Posteriormente, retorno al punto de partida para sentarme en “La mano poderosa” y descanso a la sombra de un gran cuadro de Omar Puente, amigo mutuo, maestro inolvidable de mi Santiago de Cuba. Y esa mano me rescata en su seno de madera centenaria, me devuelve al origen de las cosas, y revive en mi alma los recuerdos.
Sombra y luz en cada forma, sensibilidad y entrega en cada objeto artístico nacido de él, organizada y creadora manera de ver, de ser y de sentir, rescate de la identidad, referencias subliminales a lo taíno, a lo afro dominicano, vibración de lo natural y viajes eventuales a lo abstracto y geométrico.
Todo eso observo y analizo en este arte dinámico y complejo que dialoga conmigo. De regreso a la esperanza, liberada por la magia de su arte, monto en el Uber del retorno, despedida a la puerta de su reino, por ese alquimista poderoso de las formas, llamado Freddie Cabral, inmenso.