Petra Saviñón Ferreras
El ser humano, como ente supremo de las inequidades, juega de forma excelente ese papel y lo lleva a dimensiones que avergonzarían a otras especies. De casos estamos llenos.
La ambición, el cobro desmedido de delitos, la venganza y hasta el solo placer de hacer daño, nos convierten en el paradigma perfecto de la crueldad, que encima, necesitamos exhibir.
Esto a grado tan máximo que incluso las redes sociales son receptáculo de videos sobre torturas, que no están allí solo a modo de denuncia, que igual sería inapropiado.
Es peor. Muchos están, según organismos internacionales de investigación porque gente, si es que merecen ese calificativo, los compra a los torturadores.
Así vamos. Movidos quién sabe por cuáles enfermos intereses, que nos llevan a agredir, a dañar a otros, a veces con justificaciones como que son delincuentes y ese es el aval que arrastra a multitudes a golpear, apuñalar, balear y hasta quemar vivas a otras personas, en mayor porcentaje, jóvenes.
Eso en un afán, en una equivocada sed de justicia, la mayoría de las veces contra desconocidos que nada les han hecho y que si algún delito han cometido, deben pagarlo después de una condena en un tribunal.
Igual, ese mismo proceder rige en casos de venganza y no solo en crimen organizado, ese que mueve tanto dinero, no. Lo mismo ocurre entre individuos comunes a los que hasta una discusión de vecinos los lleva a fraguar «escarmiento».
Claro, siempre habrá quienes manejados por el morbo, esa temible pandemia, graben y cuelguen esos audiovisuales en las redes sociales.
Más aún, hay situaciones tan repugnantes como estas y condenables en grado superior. La tortura sin motivo alguno cabe aquí. Raptar y torturar solo porque un público adquiere esas imágenes, paga por verlas
¿La humanidad todavía es salvable? Pese a estas aberraciones, creo que sí