María Fals
La autora es crítica de arte
Es necesario que los artistas poco a poco se auto rescaten, aprendan sobre las leyes del mercado del arte, se conviertan en los más legítimos promotores de sus hijos-obras, se descubran a sí mismos sin esperar ser descubiertos, que se den a conocer usando las redes sociales, los medios de comunicación a su alcance.
Los más remotos referentes del quehacer humano estuvieron ligados a tres elementos: la espiritualidad, la utilidad y el arte. El brujo pintaba para realizar un rito mágico, dirigido al animal que debían devorar para sobrevivir. ¿Quiénes pintaron las cuevas de Altamira, las de Lascaux y más recientemente las de Pomier? ¿Brujos, testigos de los acontecimientos, artistas anónimos? Todos al mismo tiempo, todos en unidad, todos en UNO.
El rastro del artista se pierde en los milenios de la historia humana. Se observa en las vasijas de bronce de la época Chang, se percibe en las paredes circulares de las stupas de la India budista, en en las korés de sonrisa arcaica, en las líneas nazcas, en las cerámicas nok del África ancestral. Su nombre se ha diluido entre el polvo de los siglos, pero sus obras han llegado hasta nosotros para conversar sobre ese pasado que es parte de nuestro presente y que preludia las visiones del futuro.
En el arte grecorromano el artista se nombra, el sonido con el que responde al llamado de otros se conserva. Sabemos de un Calícrates y de un Fidias que dejaron su huella en la Acrópolis de la Atenas infinita. Sabemos de un Eurípides que nos habló de la “Medea” de la venganza y de un Sófocles que nos trajo al “Edipo Rey”, monarca de los que actúan a ciegas guiados por el destino.
En la Edad Media las obras de arte fueron anónimas, hasta que el gran Giotto vuelve a dar paternidad conocida a obras inmortales como “El Beso de Judas” que recogió el gesto de resignación de Jesús y la mirada oscura del traidor. El gran Giorgio Vasari dio fe de la existencia de otros tantos como Cimabue, Donatello, Boticelli.
A partir del Renacimiento, la individualidad y trascendencia del artista cobró auge. La historia del arte comenzó a recoger el nombre de sus protagonistas: Bernini, Rubens, Boucher, Chardin, David, Ingres, Delacroix, Manet y Monet, Cézanne, el enano genial de Lautrec y el Gauguin que se marchó a las islas del Pacífico en busca de un Paraíso perdido.
En el siglo XX llegan las Vanguardias en su eterna lucha por romper esquemas, enfrentadas todas, negándose todas, unas dirigidas hacia lo geométrico, otras con la brújula marcando hacia el absurdo más extremo. Todas convergen en el objetivo de romper con el pasado, de librarse de las ataduras que frenaban a ese héroe transformador que es el artista.
Y entonces… el mercado del arte comienza a apoderarse de la bohemia, de esos rebeldes que gestaban el todo y la nada. Un cuadrado negro sobre fondo blanco puede ser la expresión sintética de la lucha entre el bien y el mal, una antinomia perfecta del equilibrio del mundo. Un cuadrado blanco sobre fondo blanco puede ser representación de la variedad de la pureza, de la luz infinita de las estrellas que ya casi no podemos contemplar por la luz de las bombillas. Pero pueden convertirse también en algo vacío, en un simple juego de ilusiones, en una parodia de mal gusto.
Todo depende de la profundidad filosófica que se esconda tras sus formas.
El arte se fue convirtiendo cada vez más en una mercancía donde todo es posible, donde si se desea, se puede convertir una piedra sin tallar, elegida por el artista, en una obra de gran valor monetario. Esto dos enfoques críticos, uno que considere que una idea profunda se esconde detrás de la simpleza formal y otro que perciba en ella la pobreza de pensamiento y la falta de esfuerzo del artista. Sólo el conocimiento del marco conceptual bajo el cual se generó la obra nos puede dar la clave de lo que hay en su esencia.
A nivel internacional, los artistas de las llamadas Vanguardias empezaron a ser descubiertos por los comerciantes de arte. En un inicio los promovían, dándolos a conocer y vendiendo su obra a partir de la fórmula valiosa del ganar-ganar. Hoy quedan muchos que apelan a esa fórmula, pero otros prefieren organizar exposiciones de artistas ya muy establecidos o fallecidos.
Con la muerte de su autor la obra gana valor, se convierte en rareza, la ley de la oferta y la demanda se impone y
se percibe una ganancia mayor.
Así, en grandes espacios expositivos de renombre mundial las fichas técnicas sólo recogen el nombre de la obra y el de la galería o coleccionista que la promueve. La referencia al artista que las creó sólo aparece en el texto curatorial. Se resalta entonces el nombre del poseedor de la obra, del intermediario que puede venderla. No vale el talento, vale el discurso conveniente, lo “políticamente correcto”. La obra de arte es separada de sus padres o madres y se adultera muchas veces su mensaje.
Es necesario que los artistas poco a poco se auto rescaten, aprendan sobre las leyes del mercado del arte, se conviertan en los más legítimos promotores de sus hijos-obras, se descubran a sí mismos sin esperar ser descubiertos, que se den a conocer usando las redes sociales, los medios de comunicación a su alcance.
Queridos artistas, el alquimista del arte, el brujo de las cavernas, el Miguel Ángel preso de los caprichos de Julio II, el Modigliani, que murió en la miseria, el Fautrier de los rehenes y el Basquiat del vuelo eterno, el Vasarely de las ilusiones ópticas, todos ellos son ustedes.
Sin la creación de los artistas los críticos no pueden emitir una opinión, los historiadores del arte no podemos tampoco narrar o valorar. Sin ustedes se cerrarían los museos, las galerías, las salas de concierto, los teatros, el mundo perdería la alegría y caería en el caos que Bradbury narró en sus relatos de ciencia ficción. Sin artistas no hay arte. Rescatemos su nombre y valoremos su importancia en la justa y necesaria medida.