María Fals
La autora es crítica de arte
El paisaje es una temática que fue ganando gradual importancia dentro de las artes plásticas, específicamente en la pintura. En el Paleolítico, la representación de animales no vino acompañada de la captación del entorno natural en que estos se encontraban. Durante el mesolítico, en el Tassili sahariano, aparece la insólita presencia de un río y la figura de un ser humano nadando.
En el antiguo Egipto, la representación paisajística se mantuvo supeditada al motivo principal, sirviendo como fondo a las escenas que se mostraban en la obra. Una de las obras más hermosas de este período es la que muestra a una figura antropomórfica rodeada de aves, juncos y del agua del pantano, que en la mano derecha lleva una gran serpiente y en la izquierda sostiene otras más pequeñas.
En la Edad Media, algunas obras representaban la naturaleza. En el románico español se hicieron los frescos de la Vera Cruz de Maderuelo en Segovia, con una representación del bosque del Edén, donde destaca el árbol de la serpiente, aunque el motivo principal son Adán y Eva. En una obra del gótico francés se aprecia a un ángel
rodeado de dos plantas, una de ellas florecida, a la que observa con detenimiento.
Durante el Renacimiento, el paisaje de fondo ganó cada vez mayor significado. Es notable su utilización por Sandro Boticelli en “El Triunfo de la Primavera”, donde aplicó la perspectiva atmosférica e hizo una alegoría del resurgir de la naturaleza después de un largo invierno. A su vez, Leonardo en “La Virgen de las rocas” creó un marco apropiado al encuentro entre San Juan Bautista, Cristo, Isabel y la Virgen donde aparecen cuevas, grandes peñascos y plantas pequeñas.
En el Barroco, Diego Velázquez dio autonomía al paisaje su obra “Vista del Jardín de Villa Medici”, donde las figuras humanas se observan empequeñecidas frente a la grandeza del entorno arquitectónico y natural. En Holanda, la eclosión de esta temática en el siglo XVII llevó al nacimiento de creaciones inolvidables como “La Vista de Delft” de Vermeer de Delft y “La vista de Deventer desde el noroeste” de Salomón Van Ruysdael que la infinitud espacial y transmiten una gran paz.
Ya en el siglo XVIII, las vedutas italianas se ponen de moda. Las vistas de Venecia, nacidas de las manos de Canaletto, tienen un gran valor histórico y estético y muestran la vida pujante de una ciudad de ensueño, con sus góndolas, canales y la bella cúpula de la catedral de San Marcos. Las obras de Francesco Guardi tienen un toque más nebuloso y romántico, mostrando a través de unas formas más diluidas la magia del ambiente veneciano.
El Impresionismo del siglo XIX tomó como temática fundamental el paisaje. “Impresión. Sol Naciente”, de Claude Monet, mostrado en la primera exposición impresionista en 1874, abrió el camino hacia la libertad pictórica, el protagonismo de la luz y el predominio de una pintura abocetada que interpretara la fugacidad y variedad de los
matices en el ambiente natural.
Ya en el Postimpresionsimo, Van Gogh vinculó sus emociones con el paisaje, dejando un legado de obras como “La noche estrellada” y “Paisaje con cuervos” que son radiografías de su alma atormentada, donde utiliza simbólicamente, según el caso, el azul de la tristeza, el amarillo de la alegría y el verde y el rojo de las pasiones humanas desatadas.
Llegado el siglo XX, el paisaje se mantuvo en movimientos de las Vanguardias como el expresionismo. En 1913, el pintor alemán Emil Nolde creó “Nubes de Verano” en el que presentó un mar embravecido, un cielo de matices verdes y azules con poderosas nubes que flotaban pesadamente, que provocaba una sensación de temor en el
espectador que tal vez preludiaba el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914.
En el Cubismo, se destacaron algunos paisajes picassianos como “Fábrica del Horta del Ebro” (1909), donde los geométricos elementos arquitectónicos están custodiados por palmeras verticales y rígidas. A finales del siglo XX, movimientos como el hiperrealismo destacan el paisaje. El hiperrealista Richard Estes elabora paisajes
urbanos, casi carentes de personas, que producen una extraña sensación de vacío y silencio.
En Cuba, Tomás Sánchez se vinculó durante una etapa al hiperrealismo y trabajó oníricos y místicos paisajes de una naturaleza perfecta, donde las islas estaban en comunión con las nubes, donde los ríos eran fuente de vida y en los que la presencia humana era inexistente. En República Dominicana, Guillo Pérez con su colorido y
transparencia y Cándido Bidó con sus temas costumbristas, mostraron en sus paisajes la alegría de vivir y la identidad dominicana.
El paisaje sigue hasta la actualidad en las manos de diferentes artistas como la española Cristine Aliste Miguel, quien a través de grandes manchas de color y de la técnica del chorreado crea hermosos e inconfundibles paisajes semiabstractos donde la armonía de los colores contrastantes es la clave para la búsqueda de la belleza.
En la República Dominicana, artistas jóvenes como Santos Méndez, profesor de la Facultad de Artes de la UASD, trabajan el paisaje. Santos utiliza una técnica cercana al puntillismo, con la que muestra su amor a su tierra, a su arte y a los colores del trópico.