Por: María de las Nieves Fals Fors
Historiadora del Arte
El arte y la religión surgen hermanados en la necesidad de elaborar íconos donde se representen materialmente conceptos intangibles. Desde la Prehistoria, el pensamiento mágico religioso influyó en la elaboración de objetos vinculados connotativamente a lo estético y denotativamente al culto religioso como formas de pensamiento sensible y espiritual.
Más adelante, el cristianismo como religión monoteísta, no fue ajeno a la necesidad de representar artísticamente su sistema de creencias. Uno de los temas más trascendentales del arte religioso y sacro ha sido la vida de Jesús recogiendo los momentos de su nacimiento, su muerte en la cruz y su resurrección.
En las etapas iniciales de la fe cristiana el nacimiento de Jesucristo no fue tan representado como ocurrió con las mujeres orantes y el Buen Pastor, que llevaba en hombros a la oveja perdida. Sin embargo, ya aparece el tema en las catacumbas de Priscila, en el siglo II en Roma, en las figuras de una “Sagrada Familia”. En el Románico, la visión del Cristo Pantocrátor, Juez del Universo de aspecto adusto, casi siempre estuvo reñida con la ternura de una madre que recién acaricia a su hijo por vez primera.
El arte bizantino recoge elementos tomados de textos apócrifos y de la propia Biblia. Una de las iconografías del Nacimiento más comunes es aquella en que se presentan las estrellas que simbolizan la virginidad en el manto de María y donde Niño Sagrado tiene como fondo una cueva oscura ubicada sobre un monte siendo Él la luz que viene a iluminarla.
Durante el Gótico en Occidente, en los comienzos del siglo XIV, Giotto representó la Natividad en una pintura al fresco en la Capilla Scrovegni de Padua. Ubica el nacimiento dentro de un edificio de influencia clásica, colocando a María en una cama donde recibe al Niño de los brazos de una mujer que la ayudó en el alumbramiento, mientras otra contempla la escena. A sus pies, en el suelo, otra mujer recibe también a su hijo recién nacido, ese que será llamado Juan el Bautista.
Ya en el Renacimiento, entre 1480 y 1482, Leonardo da Vinci pintó “La adoración de los Reyes Magos” que se conserva en la Galería de Los Oficios en Florencia. Este cuadro es trabajado con la técnica del sfumato, que contribuye a crear una atmósfera de misterio y recogimiento.
En 1501, Sandro Boticelli asume “La Navidad Mística”, representando a los ángeles celestiales felices, danzando en un círculo de amor, mientras que en un humilde establo ha nacido el Niño que salvará a la Humanidad rodeado de seres humanos que vienen a darle la bienvenida.
En el período manierista veneciano del siglo XVI, destaca la obra de Tintoretto donde el Cristo aparece rodeado de José, María y sus acompañantes, en un ambiente umbroso y natural con un perro, una liebre y dos vacas. La búsqueda de la autenticidad triunfa en este cuadro donde lo divino y lo humano se unifican.
En el siglo XVII, durante el Barroco español, el realismo se integra con lo popular, la Virgen se corona campesina en “La adoración de los Reyes Magos” de Diego Velázquez, los tipos raciales son caracterizados a la perfección en cada uno de los Reyes, el niño lleva con orgullo su verdadera infancia, mientras el José esposo contempla y protege a María. La luz al fondo se cuela e ilumina un monte en un tenebrismo místico y profundo.
En el siglo XVIII, el escultor español Francisco Salzillo realiza entre 1776 y 1783 una hermosa y fluida representación del Nacimiento, donde el Niño es sostenido por ángeles alados que adoran al portador del amor sagrado. En ella se observa una mezcla de estilos que van desde el movimiento y la línea curva barrocos, hasta el uso de colores pasteles del Rococó, añadiendo una variada coloración a esta hermosa escultopintura.
A partir del siglo XVIII el tema va decayendo dentro de las artes visuales. Sin embargo, en el arte religioso popular permanecen los llamados “belenes” , cuya tradición se remonta al siglo XIII con San Francisco de Asís, permaneciendo en todos los pueblos que profesan la religión cristiana, incluido el pueblo dominicano que, con sus figuras de palo, de papel, de objetos encontrados y materiales reciclados, muestran su creatividad y sentido estético, su profunda fe y su amor por el Niño Divino que cada 25 de diciembre vuelve a nacer en nuestros corazones.