María Fals
La autora es crítica de arte
En las obras de El Greco predominó el tema religioso, aunque también trabajó retratos y un paisaje intrigante de las afueras de Toledo que tiene en primer plano la figura de Laocoonte, el sacerdote que predijo el peligro del caballo de Troya y que fue devorado junto a sus hijos por una serpiente enviada por los dioses.
Doménikos Theotokópoulos nació en 1541 en la isla de Creta, ubicada en el Mar Mediterráneo, al sur de la Península Balcánica. En su tierra natal, se dedicó a la pintura religiosa de influencia bizantina. A los veintiséis años se marchó a Italia y allí continuó perfeccionando su obra artística, bajo la influencia de la Escuela Veneciana y de la pintura de Miguel Ángel Buonarroti. En 1577 se fue a vivir a Toledo, España, ciudad que se convirtió en su residencia definitiva.
El estilo predominante de este artista, conocido como El Greco, fue fundamentalmente manierista. Esta forma de hacer arte se desarrolló al final del Renacimiento y se caracterizó por la ruptura con el orden, el equilibrio y la lógica dentro de las obras. La ambigüedad, la desproporción voluntaria de las figuras, la búsqueda de los escorzos o posiciones difíciles de los personajes, crean una composición compleja en el aspecto formal y conceptual.
El manierismo fue un reflejo artístico de un período convulso de guerras en Italia a finales del siglo XVI, cuyo territorio fue repartido entre España y Francia, que trajo como consecuencia una pérdida de fe en la razón y en el que los seres humanos perdieron el optimismo y la confianza en sus propias fuerzas.
En las obras de El Greco predominó el tema religioso, aunque también trabajó retratos y un paisaje intrigante de las afueras de Toledo que tiene en primer plano la figura de Laocoonte, el sacerdote que predijo el peligro del caballo de Troya y que fue devorado junto a sus hijos por una serpiente enviada por los dioses.
Entre las características de las pinturas de Doménikos Theotokópoulos se encuentran el alargamiento y desmaterialización de las figuras, el colorido arbitrario y ajeno a la realidad, las formas sinuosas y sobre todo una extraña e inmensa luz que brota de algunas de sus figuras, una luz inmanente que se va haciendo cada vez más acentuada en sus temas religiosos, portadora de un profundo misticismo.
Entre sus pinturas más significativas se encuentra La Trinidad (1577-1579), una de sus primeras creaciones en Toledo, poseedora de una interesante composición en la que las figuras conforman una curva abierta hacia el cielo. En el centro, rodeado de ángeles, el Padre sostiene al Hijo muerto, que en breve resucitará. Encima de sus cabezas se eleva la paloma, símbolo del Espíritu Santo.
Las figuras alargadas flotan sobre una nube, del cielo dorado proviene una luz que todo lo ilumina y el Cristo conforma, con su cuerpo desfallecido, una curva en forma de “S”, conocida como “forma serpentinata”. La expresión psicológica de los rostros y la teatralidad de los gestos crean un ambiente espiritual y sublime dentro del cuadro.
Ya en El Martirio de San Mauricio (1580-1582) se observa un colorido de la piel imitando cera. La luz proviene del cielo en el que espera la Gloria y se derrama sobre los personajes que se ubican debajo, en una recreación artística del martirio que sufren los soldados tebanos que fueron enviados a las Galias, pero se negaron a matar a los cristianos de ese territorio.
En sus últimos años El Greco pintó La adoración de los Pastores (1612-1614), en la cual las manchas de colores se vuelven las protagonistas dejando a un lado las líneas, los matices se tornan más artificiales e intensos, las figuras más desproporcionadas y una luz infinita brota del propio Niño Jesús, que como lámpara de fe y esperanza lo ilumina todo.
Los rostros de los Pastores, de la Virgen y del propio niño son muy realistas, representando el aspecto físico de los españoles de la época. Sin embargo, el ambiente en el que se colocan es dramático e irreal, por sus contrastes de claroscuro, y refuerza la fe religiosa. Esta obra, por su estilo y mensaje, está preludiando el inicio del barroco en España.
Doménikos Theotokópoulos falleció en su amado Toledo en 1614, pero El Greco lo trascendió, inmortalizándose a través de su legado artístico, de su estilo único, lleno de misterio, de fuerza y de espiritualidad.