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Antonio, un brillador de calderos, residente en Los Alcarrizos, se levanta todos los días bien temprano para recorrer a pie sectores populares y residenciales de la capital en busca del sustento diario para él y su madre.
Con este oficio, prácticamente en extinción, y que ejerce desde hace 20 años, mantiene a su madre, de 96, y crió a sus seis hijos, que ya no viven con él.
Hoy, a las 9:30 de la mañana, lo conseguimos en el sector del Quisqueya, en el patio frontal de una casa que permanece cerrada. Allí brillaba seis calderos. El precio, dependerá del tamaño – dice Antonio- pero oscila desde 75 a 200 pesos, por cada uno.
Para hacer su trabajo, improvisó un fogón de piedras y con un cepillo de alambre y «óxido de brillar», se concentraba en su labor sin que nadie, ni siquiera el bullicio del tránsito, lo perturbara.
Al principio, no quería hablar con elDigital.com.do por temor de que «lo suban», (haciendo referencia a las redes sociales), pero luego, y sin que se hiciera rogar, aceptó.
Esta hermosa estampa dominicana pocas veces se logra ver en las calles de Santo Domingo, una tradición en decadencia, producto del uso casi generalizado de estufas en los hogares , de ollas de acero inoxidables y las facilidades que ofrecen las nuevas tecnologías.
Pero recordar es vivir, por eso les invitamos a ver a Antonio el brillador de calderos, de seguro en su memoria retumbarán cánticos como: » El brillador de caldero… Saquen su caldero… Llegó su brillador».