María Fals
La autora es crítica de arte
El arte barroco surge en Italia a finales del siglo XVI provocado por la necesidad de un arte de propaganda religiosa a favor del catolicismo y del auge de los gobiernos autoritarios, así como por el cansancio con el arte estable del renacimiento.
A España llega por los contactos con Italia, debido al dominio de Carlos I de España (Carlos V de bAlemania) sobre Cerdeña, Nápoles, Sicilia, territorios de la Toscana, Finale y Piombino. De esta manera llegan a Italia artistas como José de Ribera (El Spagnoletto) que llevan algunas técnicas artísticas a territorio ibérico como es el caso del tenebrismo, el contraste intenso de claroscuro creado por Miguel Ángel da Merisi (El Caravaggio) para reforzar el dramatismo de sus pinturas.
En España, dentro del tema religioso con fuerte uso del tenebrismo, se destacan el ya mencionado José de Ribera (1591-1652) y Francisco de Zurbarán (1598-1664), muy hábil también en la elaboración de los llamados bodegones, donde exaltaba las texturas de los objetos con gran detalle.
Diego Velázquez, pintor de temas populares y cortesanos, creador de obras tan maravillosas como “El aguador de Sevilla” y “Las Meninas”, rompe paulatinamente con el tenebrismo de Ribera y de Zurbarán, trabajando la mancha de color y usando frecuentemente los colores complementarios, lo que lo convierte en un lejano antecedente del Impresionismo del siglo XIX.
De una generación más reciente es Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682), que realizó pinturas de Vírgenes cargadas de ternura y representó niños callejeros en obras llenas de dulzura y amor.
La escultura española, a diferencia de la italiana, utiliza la madera como material fundamental, haciéndose numerosas imágenes para el culto católico, dotadas de gran realismo y a la vez de profunda espiritualidad.
Se desatacan dos grandes tendencias: la de la Escuela de Castilla, de carácter más naturalista y dramático, con artistas como Gregorio Fernández (1576-1636), autor del Descendimiento de Cristo” y la Escuela de Andalucía con Alonso Cano (1601-1667) y Pedro de Mena (1628-1688), quienes trabajan frecuentemente escenas más amables, entre ellas las Vírgenes y los Belenes.
La arquitectura pasó por tres etapas: una a comienzos del siglo XVII conocida como el barroco inicial, que es un período de transición entre el arte renacentista y el abarrocamiento cargado, donde se destacó el arquitecto Juan Gómez de Mora (1586-1648), creador del Monasterio de Santa Isabel (1639-1648); posteriormente llega el barroco churrigueresco, que debe su nombre a las obras de José Benito Churriguera (1665-1725) quien introduce la columna salomónica con su fuste retorcido en España y es autor del “ Altar de San Esteban” (1692).
Finalmente, está el llamado período de los “Locos Delirantes”, en la primera mitad del siglo XVIII, época de mayor fuerza de lo barroco en España, que transcurre cuando ya otros estilos, como el rococó y un naciente neoclasicismo, se estaban desarrollando en Francia y en Italia. En esa etapa se destaca la obra del “Transparente de la Catedral de Toledo” (1732) cuyo autor,
Narciso Tomé, recrea columnas fantásticas de carácter biomorfico, utilizando a la vez la policromía y la luz cenital que aumentan el misticismo y sublimidad del interior de esa construcción religiosa.
En resumen, el barroco español se caracteriza por sus temas fundamentalmente religiosos, su apego a lo popular y al mismo tempo a lo cortesano, por ser un arte tardío y mezclado con lo gótico, lo renacentista y los remanentes del arte árabe o mudéjar, que hacen de sus formas heterogéneas y eclécticas un legado formidable para el arte mundial.
Ese arte llega a las recién conquistadas colonias españolas de América y se desarrolla fundamentalmente en los grandes centros del proceso de colonización como el Virreinato de la Nueva España (actual México), la Capitanía General de Guatemala y el Virreinato del Perú.
Incide sobre todo en su arquitectura, aportando elementos nuevos como los estípites, soportes de carácter geométrico y estructura trapezoidal, presentes el Altar del Perdón de la Catedral de México, obra de Jerónimo de Balbás (1673-1748) y en la fachada del Sagrario, ubicado al lado de esa misma catedral y creado por Lorenzo Rodríguez (1701-1774).
Otros aportes importantes son las “yeserías” de Puebla que pueden observarse en su hermosa catedral y otros edificios. Estas yeserías, realizadas en estuco por maestros anónimos, se pueblan de medallones, formas serpenteantes y fitomórficas (imitación del mundo vegetal) para conformar un mundo paralelo en el que deseamos perdernos para vivir en medio de tanta belleza.
En el Virreinato del Perú se destacan los balcones cerrados por celosías que recuerdan encajes de madera, que impiden que las vistas imprudentes pudieran ver hacia el interior de las construcciones domésticas de las grandes familias limeñas como es el Palacio de Torre Tagle (1735). En esta colonia se destacó la Escuela de Cuzco, conformada por grandes escultores y pintores locales, muchos de ellos indígenas o mestizos como Diego Quispe Tito (16121-1681) y Diego Cusi Huamán (vigente en los comienzos del siglo XVII).
La pintura colonial del Cuzco se caracterizó por su colorido, por su arcaísmo, es decir, por formas que recuerdan estilos más antiguos como el arte gótico, por la religiosidad, y por el detallismo. Una iconografía muy hermosa desarrollada por este grupo de artistas es la de la Virgen del Cuzco, trabajada generalmente con el dorado que aporta el pan de oro, de estructura triangular, que recuerda a las montañas de la diosa precolombina Pachamama.
El arte de la América Colonial poco a poco fue teniendo un sentido propio, que fue más allá de una mera copia de lo hispano, dejando como legado su belleza, su espontaneidad y su carácter singular.