María Fals Fors
M.A Historiadora del Arte. Crítica de Arte
Los orígenes del arte se pierden en los tiempos remotos. La flauta de hueso más antigua encontrada data de más de 35 mil años atrás, la Venus de Willlendorf tiene más de 27 mil años de haber sido fabricada con barro cocido a la orilla de una hoguera y las cuevas de Lascaux fueron iluminadas hace alrededor de 17 mil años con toros de 5 metros y caballos salvajes corriendo libres al nacer el nuevo día.
Ese arte de crear espacios habitables llamado arquitectura se desarrolla a partir del ensayo y error desde que el ser humano tuvo necesidad de proteger su cuerpo y sus utensilios de las inclemencias del tiempo. La danza ritual, liberadora, se hacía en las cuevas de la Prehistoria para obtener buena caza e invocar a las diosas y a los dioses de la fertilidad, la lluvia y la vida.
¿Qué es el arte? El arte es rito, es salvaguarda, es imaginación, es catarsis y mejoramiento humano.
El arte es ese gesto creador, ese grito, lamento, imagen, sonido, espacio o canción que conmueve, que nos reta y nos transporta a lo mejor o a lo peor de nosotros mismos, aquel estímulo que toca las emociones, que nos hace reír o llorar y sobre todo pensar y comprender, tomando de sorpresa el mundo racional, estimulándolo para que podamos descubrir el universo desde otro punto de vista.
Los niños crean figuras con colores, pueblan las paredes y cuadernos de formas que representan su concepción del entorno en que se mueven y sus fantasías de colores arbitrarios. Crean de manera libre, desarrollando su creatividad, su capacidad de transformar el mundo a través del poder del arte, aunque sea en el breve espacio de una página en blanco.
El niño que pinta, que canta, la niña que recorta y cose vestidos a sus muñecas, esos que conversan con un amigo imaginario para conjugar la soledad en un monólogo que busca ser diálogo, los que construyen con legos un edificio pudieran ser en el futuro actores, pintores, cantantes, arquitectos, constructores de realidades hechas a su forma y medida. Pudieran ser parte de esos elegidos que nos convidan a viajar por el país maravilloso de Alicia y de la Reina de Corazones.
Hasta el siglo XIX se aprecia la primacía del criterio de que para que algo fuera arte debía ser bello, y el pensamiento estético Kantiano postula que la belleza es agrado desinteresado. Quedó así marginado de las bellas artes todo lo que fuera útil y todo aquello que no correspondiera a los códigos de la belleza clásica: esa alfombra que pisamos para hacer nuestros pasos más sutiles, los muebles que nos sirven de descanso, los trajes que vestimos, y también lo no equilibrado, lo inacabado, lo que nos sirve para expresar que existe también el dolor, la náusea y el miedo.
A finales del siglo XIX se genera el enfrentamiento entre la máquina y el arte. Muchos diseñadores como el inglés William Morris y los miembros del movimiento Art and Craft, mantuvieron el divorcio de sus creaciones con la industria, vista como generadora de desigualdad social, de contaminación y de monotonía. Idealizaban así el pasado, se resistían al progreso, inmersos en un paraíso interpretativo basado en la idealización de lo medieval y gótico, pero buscando al mismo tiempo lo funcional y sencillo.
El Art Nouveau logró el justo medio entre lo industrial y lo artesanal, entre arte, naturaleza y vida cotidiana, haciendo realidad sus lianas, sus latiguillos, sus libélulas y flores a través del hierro y el vidrio creados por las fábricas, buscando lograr un punto de unión entre lo que parecía absolutamente opuesto. Alfons Mucha, el checo esotérico, elaboró por igual pinturas, escenografías,
carteles publicitarios, vestuarios, vinculando el arte a la vida cotidiana, sin separar bellas artes, artesanía e industria.
En 1913 un urinario fue presentado en una exposición bajo el título de “Fuente”, materializando el gesto original y creador de Marcel Duchamp, derribando el mito aún hoy subyacente de que un objeto para ser arte, debe ser creado por las manos del que lo elige y lo convierte en artístico, de que lo industrial no es estético, de que lo útil no es bello.
Desde los años 20 del siglo de las Guerras Mundiales, el diseñador industrial es incluido en el mundo de los artistas a través de la Escuela de la Bauhaus con sus mesas y sillas modulares y tubulares. A partir de entonces, un Marcel Breuer que vuelve filiformes sus sillas de acero y cuero aparece en los textos de la Historia del Arte.
Cocó Chanel trastoca en ese mismo período el triángulo invertido o el rectángulo vertical, sígnicamente masculinos, en el símbolo del glamur y la feminidad a través de sus vestuarios con hombreras, que estrechaban el paso en tacos altos y hacían cimbreante el paso de las damas en la calle o la oficina, donde ya ejercía como secretaria, como abogada, como ser social vinculado al mundo laboral remunerado.
Ferdinand Porsche para esa misma época, diseñó autos donde lo estético y la tecnología se conjugan elaborando prototipos para todos los grupos sociales, desde el Mercedes Benz SSK hasta ese Volkswagen escarabajo, económico y poseedor en su esencia de esa regla racionalista de abarcar el espacio mínimo funcional posible.
El arte y la vida cotidiana entonces van mezclándose en el mundo de los objetos utilitarios, dando al decir de Moles a lo estético un valor privilegiado, atrayendo la adquisición y compra por parte del cliente que se convierte también en un público interpretante, en un decodificador de mensajes contenidos en el color de un envase, en la forma de un tenedor, en la figura vertical y el acero inoxidable de una nevera que nos dice: “soy eterna y magnífica” a través del lenguaje de las formas.
El arte y la vida cotidiana hoy se funden en un todo único, en un “arte único”, el artista publicista nos motiva a adquirir un nuevo celular después de soñarlo prolongadamente, un toque de Midas de líneas puras y tecnología de la imagen y el sonido convierte a una TV pantalla plana en el centro irradiador que atrae todas las miradas de la sala principal de nuestras casas.
Una computadora delgada y aerodinámica nos pide que la llevemos de paseo y la carguemos por su belleza, por su liviandad, por su calidad intrínseca. El artista se vincula al conocimiento de la tecnología, da forma al contenido, a la función inherente a cada objeto y las apoya en sus diseños para hacerlas más posibles. El ciberespacio se convierte en el lugar de exposiciones de artes visuales, en la sala oscura donde vemos los últimos estrenos de videos y de cortometrajes, donde escuchamos un concierto en este año de pandemia.
Arte, función, forma, sonido, belleza, expresión, creación, tecnología y vida cotidiana son las diferentes caras de un prisma donde nos movemos y existimos, donde somos, hacemos y tenemos, las barreras entre ellos se funden y sus esencias se amalgaman mientras viajamos todos hacia el infinito en este mundo complejo, rumbo a la esperanza.