María Fals
La autora es crítica de arte
El renacimiento es un período histórico, una época de resurgimiento del humanismo en la que las personas volvieron a centrarse en si mismas, en sus necesidades, metas y placeres y vieron el mundo a su medida.
Es la época en que se descubre la imprenta y con ella se produce una paulatina difusión de los conocimientos, el es período en el que se producen grandes inventos como las cartas de navegación y las carabelas, barcos más veloces en los que viajaron hombres aventureros a la conquista y colonización de otros continentes.
Las rutas comerciales proliferan, permitiendo comunicarse tanto con América como con Asia y África, y extraer sus riquezas.
Se desarrolla desde finales del siglo XIV y se extiende hasta el siglo XVI. En sus comienzos se mezcla con el gótico flamígero, con la visión de un puente hacia el cielo que comunicaba los mundos. En sus finales, motivado por las circunstancias caóticas y bélicas, se va adulterando, dejando a un lado su equilibrio para caer en las formas sinuosas y la asimetría del manierismo.
El renacimiento es un fenómeno inicialmente europeo, pero a través del proceso de conquista y colonización llega a América. En el arte se inicia en Italia, donde grandes mecenas como los Médicis de Florencia y los Papas romanos encargan las maravillas que hoy admiramos en el arte como son las obras de Donatello, Rafael y Miguel Ángel.
El renacimiento posteriormente llega a España a través de las guerras de conquista sobre Nápoles y otras regiones de Italia. Se mezcla con el gótico precedente y la influencia árabe subyacente. Así nace el renacimiento plateresco, un universo de conchas, de decoraciones encuadradas, donde el alfiz mudéjar, alfombra labrada en
piedras, da belleza a las portadas de las iglesias y construcciones domésticas.
También llega a Francia con las conquistas de Francisco I, quien también se convierte en mecenas de Leonardo y lo convida a Francia. El renacimiento se mezcló allí también con el gótico primigenio, dejando los castillos del Loira y el palacio de Francisco I como legado.
Sin embargo, algo nos llama la atención y es la aparición del caos, de lo caprichoso, de lo voluntarioso. Es así como la escalera triunfal que da entrada al Palacio de Francisco I se abre, se hace curva, se agranda inmensamente, se vuelve manierista, para morir en una pequeña puerta de entrada.
El renacimiento llegó a Las Antillas y uno de sus legados es la ciudad de Santo Domingo y su concepción urbanística. Construida primero en 1496 en la margen oriental y luego en 1502 en su ubicación actual, las calles de su zona colonial, mayormente rectas y cortadas norte-sur y este-oeste son un ejemplo de la búsqueda del orden y la medida en un plano de damero.
La poca decoración es característica de las casas del siglo XVI en la calle Las Damas e Isabel la Católica, mientras la casa del Cordón de comienzos de ese período resalta su portada con un cordón franciscano, evocación del alfiz mudéjar.
En Santiago de Cuba, destaca la renacentista y mezclada Casa de Diego Velázquez, construida antes de 1524, que lanza sus balcones hacia la plaza de armas, embellece su zaguán intimista y su patio de influencia árabe y exalta al renacimiento con sus limpios muros de piedra coralina.
Más tarde, los conventos fortaleza de México, nacidos en el renacimiento, como son el de Acolmán y San Andrés de Calpán resaltan con sus capillas pozas que, como torreones de bautismo, permitieron bautizar a multitudes de indígenas mientras que desde sus capillas abiertas y sus muros gigantescos se imponía una nueva religión.
El renacimiento es, en fin, una época sublime de arte, de expansión, de luces y sombras, de una nueva perspectiva en el arte y en la vida que vino a cambiar la visión de los seres humanos sobre el universo donde transcurre su existencia, dejándonos la belleza de una Venus naciendo de una concha, los muros de la primera fortaleza del Nuevo Mundo en nuestra Patria y la sonrisa de una Gioconda que desde el Louvre nos contemplará eternamente, escondida en su sonrisa.