Corrupción, violencia callejera, familiar, estatal, empresarial y quiere pensar que esta sociedad despertará, aunque sea de a poquito y empezará a exigirle a los que le imponen su forma de gobernarnos.
Esa jerarquía es ejercida desde el Estado, por los empresarios que serán siempre los grandes ganadores, por los que nos imponen su música, su religión y por los que entienden que la única forma correcta de vestir, de actuar, de ser es la que asumen las mayorías.
Porque olvidan que esos patrones casi siempre fueron exclusivos de un grupito y al ser convertidos en moda la generalidad los asumió como costumbre.
Esta población parece tan dispuesta a dejarse guiar por los que de una forma u otra están arriba, en los estamentos públicos, en el aspecto económico, social, cultural e intelectual…
De una manera u otra, todos los que aceptamos como superiores nos gobiernan, nos imponen cosas y aceptamos callados o porque estamos de acuerdo o porque tenemos miedo.
Temor a reclamar transparencia a los funcionarios, a demandar por ejemplo, que la Ley de Protección al Consumidor esté menos inclinada al empresariado, a la gente que entiende que su “superioridad” académica le da derecho a avasallar.
Todas las cadenas que nos atan a sistemas, a cosas que aceptamos sin cuestionar porque siempre han sido así, nos reducen como seres humanos, como entes capaces de generar ideas que transformen una sociedad enferma en un espacio más justo, más habitable, más asertivo, más inclusivo.