Petra Saviñón Ferreras
En una acción atípica, quizás porque representa al gobierno del cambio, de lo distinto, el presidente Luis Abinader rindió cuentas el miércoles en las escalinatas del Palacio Nacional. Dos aspectos fundamentales llaman la atención. Esa obligación está consignada para efectuarse el 27 de febrero y siempre ha sido dentro del recinto.
Ahora ocurrió, o la pautaron el 18 de agosto, fecha que no remite a ninguna gesta, a momento histórico alguno y con la que el mandatario marca un precedente, por el que a lo mejor pretenda ser recordado.
En esta ocasión, el día de la Restauración de la República pasó sin actos oficiales en la casa gubernamental. El gobernante decidió romper una tradición, desligarse en su primer año de sus antecesores. Lo hizo con ese comportamiento y lo manifestó en el discurso. Sí, quiere ser visto como diferente, pero…
En estas circunstancias, ciudadano presidente, en medio de una crisis de salud y económica, esta última generada por la primera y por la especulación y el poco control de precios ¿Ayuda a su imagen ese derroche de recursos para presentar sus memorias?
¿Conviene a su gestión este aparataje, este montaje que recuerda a los vanidosos emperadores romanos?
¿Es justo que sus funcionarios gasten un dineral en actos en hoteles de lujo para decir lo que han hecho por el país, como si ese no fuese su deber, trabajar por el desarrollo, por la equidad, por quedar bien ante los que le dieron ese voto de confianza al elegirlo a usted y claro, por antonomasia les colocaron en esos puestos?
Esa imagen de humildad que quiere exhibir está contrapuesta a la actitud altanera de muchos de los que le acompañan y ahora este acto de rendición de cuentas igual le hace ver distante a la realidad que afronta el país. Un montaje innecesario, caro, frívolo, que contrastó con su discurso de campaña, ese mismo que ha sacado a relucir en tantas ocasiones.
¿De verdad era necesario, ciudadano presidente?