Petra Saviñón Ferreras
La facilidad con la que ciertas personas piden favores incómodos y hasta grandes para la confianza que tienen con la persona a la que recurren denota una de dos cosas o ambas: que están muy desesperados o que son descarados.
En el caso del primer factor, si es la desesperación lo que mueve a estos individuos, entonces el término descaro quedaría descartado si fuesen peticiones de verdad urgente y si esa desesperación no estuviera sustentada en la vanidad, deducible por el tipo de requerimiento.
Así, nos hallamos con gente que quiere un préstamo para cambiar el carro, para hacer un acuerdo de pago con un banco o hasta para comprar un inmueble cuando ya tiene uno.
Todo eso es válido, prosperar, querer más, un poco de ambición fortalecer el desarrollo humano, el crecimiento personal. Siempre que ese crédito sea canalizado por vías pertinentes como las entidades bancarias y nunca solicitado a una persona física que no ejerce de prestamista.
A esto hay que sumar que esa lista de requirentes puede contener a personas que nunca han tenido cercanía con aquella a la que le solicitan, que el tiempo o cualquier motivo las ha alejado, que están consistentes de que atraviesa por situaciones difíciles y aun así acuden con sus cargas a cargarla más.
Para agravar el cuadro suele ocurrir que encima de que no usarán el dinero para suplir una necesidad, tampoco pagan en la fecha acordada y a veces juegan al olvido y/o al cansancio y a la enemistad. Porque luego resulta que cuando el dueño de los cuartos les cobra, los ofendidos son ellos.
La consideración, el respeto al otro y a sus bienes es un elemento esencial en la sana convivencia y una herramienta para propiciar relaciones durables sustentadas sobre la deferencia hacia los demás y sus pertenencias.
Amén.