Nelson Encarnación
Desde que en 2014 las fuerzas neonazis de Ucrania derrocaron al presidente Viktor Yanukovich y se hicieron con el poder, desataron una brutal carnicería contra la población civil de la región de Donbás, mayoritariamente prorrusa, al igual que el depuesto mandatario. Se cuentan por cientos las masacres ejecutadas por esos grupos criminales amparados por el ejército ucraniano, mientras Europa y Estados Unidos volvían la mirada, aunque estaban conscientes del genocidio que llevaban a cabo esas fuerzas.
Frente a tales atrocidades, Rusia trataba de proteger a los ciudadanos cuya afinidad étnica e histórica está más cerca de Moscú que de Kiev, dado que las élites ucranianas se creen por encima de esas poblaciones, cuyos niveles de pobreza y marginalidad no encajan en un país que pretende ingresar en la Unión Europea.
A partir de la llamada “revolución naranja” azuzada por la UE y Estados Unidos, usando a tontos útiles como Viktor Yuschenko y otros, los neonazis han matado a miles de personas en Donetsk y Lugansk, provocando que los prorrusos iniciaran acciones separatistas con el apoyo del Kremlin.
Algo más todavía: Rusia siempre advirtió a los gobernantes ucranianos y sus titiriteros de la UE y EE. UU. que la situación en Donbás iba por un camino sin retorno, pero en vez de alentar el entendimiento se trazaron la ruta de provocar aún más a Moscú con las pretensiones de Ucrania de integrarse a la OTAN. A todas luces una provocación que ningún Estado en las condiciones de Rusia puede tolerar sin una reacción enérgica como la operación militar especial lanzada en Ucrania.
Es hasta posible que la reacción de Rusia haya sido desproporcionada, algo que se puede analizar y discutir.
Sin embargo, lo de Moscú ha sido efecto y no causa, porque una nación con el poderío y las dimensiones de Rusia es impensable que se cruce de brazos, mientras un vecino hostil, que se deja utilizar de las grandes potencias, se empeña en montar una provocación sin medir las consecuencias.
En sentido general, el mundo está hoy pagando esas consecuencias con una inestabilidad en todos los órdenes, que apunta a sacrificar a los países más pobres como la República Dominicana, cuyo Gobierno se ha visto precisado a incurrir en un esfuerzo enorme para hacer frente a la complejidad global.
Las grandes naciones disponen de recursos para enfrentar las contingencias de un desbarajuste provocado por ellas mismas, no así nosotros que dependemos, en términos fiscales, de cada peso que se puede recaudar.
Nosotros no participamos en la fiesta, ni hemos armado el pleito, pero al final terminamos pagando los destrozos que los grandes causaron, sin poder transferirles la factura.