Petra Saviñón Ferreras
Ante temas sensibles y/o controversiales elevamos la voz para expresar nuestro repudio o rechazo, en un ejercicio de derecho total, pleno.
¿Pero es siempre auténtica esa postura, de vedad decimos siempre lo que creemos porque tenemos real interés, porque nos duele o indigna una situación?
¿Qué tal si al contrario nuestra opinión solo busca evitarnos confrontaciones con segmentos a los que jamás querríamos enfrentar o lo hacemos por obtener algún beneficio particular, alejado del colectivo?
En el caso del empoderamiento femenino, por ejemplo, que suscita tantas sensibilidades ¿Qué tan genuinas y válidas son las expresiones y acciones que propugnan por lograr ese objetivo?
Así vemos arte que más parece interesado en vender que en concientizar. Cito canciones que tratan cuestiones aun poco tocadas como la menstruación pero con un abordaje tan comercial que la forma destruye por completo el fondo.
Es esencial tener cuidado de al huir de un extremo caer en otro vestido de falsa libertad. Es contribuir con el machismo actos como los del grupo Femen de protestar con los senos al aire porque cuando lo hacían vestidas por completo nadie las miraba.
Está igual el caso de mujeres que admitieron que fumaban porque las hacía sentir fuertes, rebeldes ¿Es empoderamiento una conducta lesiva?
O asumir acciones negativas reprochables en los hombres y esperar que no lleguen críticas “porque a ellos no los critican”. Más lejos, recibir elogios por conductas reprendidas en el sexo opuesto, porque “somos atrevidas”.
Un caso. En un programa de TV Española cuatro mujeres presentaban a un cantante joven y entre sus halagos hubo frases como “quién pudiera llevarte a la cama esta noche”.
Voltear el cuadro permitirá colocar en lugar del muchacho a una chica y a cuatro hombres que le manifiestan los mismos elogios que los recibidos por el músico, sería acoso, ¿Cierto?