Petra Saviñón Ferreras
Como tema que ha permanecido mucho en el tapete, el covid-19 hastía, exaspera. Mas, no deja de causar temor. Su antigüedad no ha logrado convertirlo en asunto insignificante.
Ese protagonismo está sustentado en parte por los estragos causados, en medida por los debates generados y que apuntan a que hay un gran negocio de los grandes laboratorios, que engrosan sus arcas con esta pandemia.
El aturdimiento hasta hizo popular el nombre de un viejo conjunto de virus que pasó a confundirse con el de la enfermedad y aún ahora para tantos es lo mismo, el corona.
Sin embargo, rato hace que los coronavirus provocan males gripales ya muy comunes que hace tiempo abundan, pero que no alarman tanto como el Sars co_2, papá del covid.
La cuestión con esta epidemia es no solo el terror a lo desconocido. La avalancha de información sobre los estragos que ha provocado en el mundo tienen su papel en esta convulsión.
Las variantes cada vez más debilitadas sugieren su desaparición o al menos su desgaste. Esto permitiría convivir con la enfermedad no como nos sugirieron al principio, adaptados a ese peligro, si no a sabiendas de que ya no nos hará daño.
Lo que sí quedará cuando acabe esto es la interrogante de si de verdad fue tan grave o hubo temor generado por los facultativos que creyeron que de cierto era muy mala o por los que orquestaron una vil manipulación.