Petra Saviñón Ferreras
Poquito a poquito, la situación nos llena. Al principio estábamos en espera, con la tranquilidad de quien asume que es mejor ver qué pasa, cómo evoluciona una realidad que nos agarra de forma inopinada y nos envuelve en cambios jamás visto por este país.
Igual pasito a pasito, avanzamos a un estado de angustia, de incertidumbre y empezamos a perder la calma.
El encierro inusual para los caribeños sangre caliente, lengua larga, siempre presta a hablar, a gritar, a marcar ruido en las calles. El asedio constante de informaciones centradas solo en un punto, sí, el coronavirus covid-19.
La necesidad de los que poco tienen y que en esta crisis tendrán menos. Sus demandas nos sacuden y nos muestran esa vida que sabemos que está ahí pero a la que no siempre nos acercamos.
Son estos factores que nos empujan hasta otra verdad, esa que nos altera el ánimo y saca la agresividad en la que fue convertida la jocosidad, como si fuese un patrón a seguir por etapas y la más mínima chispa nos prende.
Es como si el llamado a la prudencia, a la sensatez fuese ya una canción interminable, que no nos inmuta, mas sabemos que necesitamos acatarlo porque debajo de esta fachada de inseguridad que nos cubre, somos una humanidad dispuesta a darnos, a creer en que las cosa mejorarán.
Es en esos momentos en los que pese a los arrebatos, también hemos sacado esa fibra esencial que nos confirma humanos, solidarios, prestos a brindarnos.
Porque sabemos que volveremos a ser los mismos, sanos, salvos, tocables, a pensarnos y asumirnos abrazables per secula seculorum.