María Fals
La autora es crítica de arte
Visitar a Carlos Redman en su estudio fue mirar a través de todas las montañas, del cielo y del mar, sentir la mirada de cristal negro de una morena de Samaná, ver ascender un alma y recibir el pan de La Ultima Cena de las manos un Cristo de las espinas, que nos esperaba desde siempre entre colores y trazos elípticos en la ruta de una cálida mañana de otoño.
Ver su interpretación de un personaje de carnaval, sentir los peces, los frutos de la tierra representados en sus cuadros, percibir los elementos identitarios de la dominicanidad en sus lienzos, fue para mi renovar los votos con la vida, poner a viajar mis energías a través del violeta de las reflexiones, de la pureza del azul y del rojo que me corre por las venas.
Carlos Redman es graduado de la Escuela Nacional de Artes Visuales e hizo estudios de Postgrado en pintura. Posee, además, una certificación avalada por el Ministerio de Cultura en Gestión, Gobernanza y Desarrollo Cultural.
Como maestro impartió un taller de pintura en Culiacán, México y fue fundador de la Escuela de Arte Theodore Chassériau en Samaná.
Ha ganado diferentes premios como el Primer Lugar en la Categoría Retrato del Segundo Concurso Nacional de Arte de la Casa del Artista (2014) y el Tercer Lugar en el XXIII Concurso Nacional de Pintura Agro Naturaleza (2018). Junto con sus obras ha recorrido otros países como Chile y México, dando a conocer también en espacios internacionales la alta calidad estética de sus creaciones artísticas.
Una de sus pinturas, dedicada a la virgen de la Altagracia, fue expuesta recientemente en Roma, Italia. Formó parte de una gran muestra colectiva desarrollada por destacados pintores dominicanos y se encuentra reproducida dentro de las páginas del libro Testamento del Centenario de la Coronación Canónica de la Virgen de La Altagracia. Primera Advocación Mariana de América, realizado por Alcides Díaz, y entregado al Papa Francisco por parte de una delegación de artistas y de personalidades de nuestro país.
Este creador hace honor a las enseñanzas de su maestro Leopoldo Pérez (Lepe), quien lo visualizó no solo como un gran dibujante, sino, sobre todo, como un excelente colorista. Este hacedor de mundos pictóricos nació en los Bajos de Haina, fue criado en Bonao, pero el llamado de las raíces paternas lo condujo al Samaná de sus abuelos, al encuentro con ese “Red Man” ancestral que llevaba en cada poro. Allí se enamoró del sol, de las aguas quietas de una bahía, de las lomas preñadas de cocos y de una musa morena que le acompaña siempre.
En su arte vemos un gran dinamismo, un sentido ascensional, las espirales del devenir del tiempo, la recreación de un costumbrismo nacido de su autopercepción como dominicano y antillano, el interés por lo místico, por lo telúrico, por revivir experiencias vitales expresadas a través de la metáfora de lo visual. Un aire cubista, cierta deformación expresionista, la fragmentación de la forma, sus rostros de rasgos fuertes, la revelación de la intensidad de su ser y el logro de un lenguaje propio, son los rasgos que caracterizan a este artista.
Paz, amor, optimismo, alegría, fe, son valores que su arte lega al alma de cada espectador, que se siente retratado en un paisaje, en unos labios, en los gestos de sus personajes. Al son de la música suave que emana de su pequeño radio, va Carlos Redman cabalgando sobre sus pinceles invencibles, dejando su huella infinita sobre la tela blanca, mientras llena de colores el corazón de todo el que se sumerge en el río de orillas verdes que es su arte.