Petra Saviñón
La autora es periodista
Las aulas especiales fueron diseñadas, en pensamiento y estructura para que los niños con requerimientos distintos a los “normales” accedan a la educación como ese derecho humano inalienable, innegable. Mas, República Dominicana todavía está lejos de conseguir ese propósito.
El factor más penoso de esta situación, es la propia actitud de algunos profesores y directores de centros, que entienden que esta iniciativa es arar en el desierto y así lo plantean incluso en presencia de los padres y en actos públicos.
Esa visión cruel, inhumana de las personas que están al frente de las escuelas, lacera a todo el sistema y refuerza el desgano de los docentes, los incentiva hasta el menosprecio.
Así, los salones que deben acoger a esos estudiantes con pedagogos dispuestos a alfabetizarlos, a empujarlos a llegar, son en grandes casos, espacios para gastar el tiempo y relega la inversión estatal, en detrimento de un sector vulnerable y vulnerado y desnuda las falencias de un sistema educativo excluyente.
El Ministerio de Educación está en el deber de verificar los resultados de este programa, de evaluarlo, como custodia de la educación sobre todo, de la pública, que es la que presenta mayores escollos en este aspecto.
Falta la mayor arma para lograr los efectos de esta hermosa agenda: la sensibilidad. Con esta herramienta en mano, con el humanismo como estandarte, habrá frutos preciosos y la población verá que el dinero del Estado no ha quedado tirado en cajones de cemento, vacíos, carentes de buena voluntad.