Petra Saviñón Ferreras
La autora es periodista
“¿Cómo es posible que la capacidad humana para la crueldad sea tan grande?” Esta pregunta del papa trae al cerebro imágenes que espantan, que horrorizan y que nos dejan descolocados.
La interrogante nos lleva a todo tipo de actos contra la integridad física y moral, y más horripila saber que ahora en esta, la era tecnológica, es buen negocio torturar y grabar videos que seres enfermos pagarán por ver.
La práctica es tan vasta que no solo incluye el atroz maltrato físico, contempla de similar modo abuso sicológico espeluznante. Así, una deja marcas en el cuerpo y en el alma y la otra lo mismo estampa, desgarra. Ambas pueden trastornar, a veces para siempre.
Someter a una persona a crueles maltratos corporales es lo primero que la palabra trae a la mente. Mas, igual lo es esposarla en la calle en violación a su derecho al libre tránsito, golpearla y colocarla en una celda que compartirá con otras amontonadas donde comen y defecan.
Ejemplos sobre tortura en su sentido amplio hay por millones. Las vejaciones, los abusos policiales y de otras autoridades, las desapariciones forzadas que desgarran la vida de los parientes de las víctimas, los ajustes de cuentas, las crianzas desacertadas….
La practicamos incluso en nuestros hogares, con castigos desproporcionados como amarrar a los niños para que aprendan a bien portarse, a los enajenados mentales para que no escapen a las vías, inclusive a los ancianos cuando son una carga que cuesta atender.
Idéntico cuando insultamos y ridiculizamos a nuestros hijos, pareja, otros parientes o vecinos, para imprimir temor a falta de respeto.
La ejercen en las escuelas los docentes que usan términos despectivos para dirigirse a los estudiantes, los alumnos que hacen burlas a sus compañeros y que apandillados los golpean y hasta los matan.
La emplean los superiores cuando quieren mostrar a sus subalternos quién manda en las empresas o instituciones, en los cuerpos castrenses y en el del orden.
De esta forma, esa crueldad con la que victimizamos a nuestros semejantes es a su vez replicada por ellos en otros más vulnerables y convertimos la tortura en una dolorosa cadena de pavores y de sangre.