Por Petra Saviñón Ferreras
Planificar, agendar metas a ejecutar el Nuevo Año, rituales que en medio de la emoción por lo que vendrá marcan la despedida de doce meses que unos añorarán por los beneficios obtenidos y otros querrán olvidar por razones opuestas.
Así, mientras un grupo brindará por más provecho, otro lamentará porque no pudo llegar a sus propósitos pese a ingentes esfuerzos o quizás porque aunque no trabajó por novedades, sí esperaba tiempos mejores.
Aunque igual acuden las ilusiones y las nostalgias, la alegría de celebrar, poco a poco algo queda perdido en el camino y no solo las tradiciones.
La humanidad ha caído en un letargo, en un estado de indiferencia en el que nada parece importar, más que el día a día y a algunos les forma y conforma el desenfreno típico de una vida vacía que puede concluir en el derrocadero.
En tanto unos gozan el cambio en el calendario y luego retornan a la habitual monotonía o quizás giren, otros no verán nada nuevo, porque no corren a sumarse a la avalancha o porque la inequidad siempre marcará diferencias hasta en la forma de disfrutar y a unos más, sus cargas le frenarán.
¿A quién habrá que atribuirle culpa? ¿A una rutina que apabulla, círculo cada vez más ensanchado, al desánimo que generan los gobernantes con sus políticas públicas excluyentes? Que la respuesta ayude a recobrar el interés perdido, a afianzar el valor de las cosas de verdad importantes.
Recobrar las acciones que nos reivindican como seres humanos, que sustentan esa condición, es la pieza esencial, cardinal para construir realidades palpables y para lograr esa estabilidad en todos los órdenes, sine qua non para mantener la conciencia a flote.
Ojalá que sea posible unir todas las piezas del rompecabezas y armar un instrumento de verdadero bienestar colectivo, que año tras año cobre fortaleza. Por un año nuevo siempre en ascenso al progreso.