El miércoles 23 de septiembre el ministro de Educación Roberto Fulcar anunció que esa misma semana entregaría 500 mil computadoras a estudiantes de escuelas públicas. Todavía no reciben la primera.
De repente avisa que las clases serán por televisión y radio y con cuadernillos, pero la población estudiantil queda en el limbo porque no ha recibido orientación precisa a tan poco tiempo de la hora cero.
El miércoles, pero el 28 de octubre, el gerente de la Distribuidora de Energía del Sur, Milton Morrison, prometió que las empresas de electricidad, no solo la que dirige, cubrirán el 97% de la demanda, de manera que los apagones tan en boga no sean obstáculo para acceder a la docencia.
¿Será posible que esa varita mágica resuelva en días lo que no pudo en dos meses de crudos cortes o es que estaba haragana?
Muchos colegios, incluso de colegiatura alta presentan problemas con la plataforma y su comunicación con los representantes de los estudiantes es casi o nula total.
Algunos principiaron desde septiembre los ensayos con su matrícula y de repente cambiaron fecha y hora de las asignaturas. Imposible contactarles para una explicación y en cambio convocan a reuniones con zoom gratis que empiezan tarde y luego quedan suspendidas.
Así entre ofertas de que todo saldrá bien, y una realidad que asusta, el país tiene encima la agobiante carga de un ciclo lectivo digital que arranca el lunes con demasiados cabos sueltos.
Carencia de equipos para alumnos y docentes, falta de luz, de conectividad, de información, de espacios adecuados en los hogares más pobres nos vienen a estrujar en plena cara el abismo entre las tantas naciones que habitan este piazo de isla.
Una en la que un reducido número de escolares accederá a clases desde modernos dispositivos y sin ningún problema de señal, de electricidad o de locación. Otras en los que segmentos de la población tendrán alguna de estas carencias o todas.
Los creyentes oren, los demás mantengan la calma. Todos listos para reclamar y actuar.