Petra Saviñón
La autora es periodista
Amigo hay más unido que un hermano. Este proverbio bíblico encierra una gran y visible realidad. Seres que sin ningún vínculo sanguíneo están atados por el amor que liga a las almas prestas a cuidarse, a gozar y a sufrir juntas.
Es una lástima que esta relación tan fuerte no exista siempre igual entre parientes. Tantas familias lindas, compuestas por miembros dispuestos a entregarse, a protegerse. Mas, cuántas convertidas en campo de batalla.
Una pena que desde tiempos inmemoriales haya desavenencias tan fuertes entre ese núcleo que dieran motivo a esta sentencia del rey Salomón, nombre que por cierto significa pacífico.
Qué desastroso que esa violencia que permea a la sociedad esté arraigada de mismo modo dentro del hogar.
Dolor suscita la nula convivencia entre los habitantes bajo un mismo techo que hacen de ese espacio un abismo insuperable, un horror que de manera similar toca a una larga cadena de integrantes, no solo a los que cohabitan, también a los que viven separados.
Ese espanto es heredado a veces de generación en generación, esa planta extiende su veneno sin que sea cortada la raíz y su efecto abarcador cubre todo el entorno, lo contamina.
Así, pasma y repugna enterarse de desgracias como que un hermano mató a otro y con suma frecuencia en un pleito por una herencia o sea, por el patrimonio familiar.
Mientras más que salpicarnos, nos inundan esas noticias e igual en menor o mayor grado practicamos violencia en nuestra casa, agredimos de múltiples modos y como es normal en nuestra vida, no lo asumimos repudiable.
Ah, pero salimos a criticar la escalada violenta que nos ahoga, que nos embiste inmisericorde, porque esa sí la consideramos erradicable.