Peta Saviñón
La autora es periodista
Ahora las cosas son más fáciles o menos complejas. Ya no hay que lavar a mano, cocinar en fogón, buscar agua al río, recorrer hasta cinco kilómetros a pie para ir a la escuela. Salvo excepciones por necesidad o por gusto.
Unos siguen atados a estos factores por precariedad, como la que afrontan tantos y tantos seres humanos pobres de solemnidad, huérfanos estatales, otros por placer. La comida en leña puede estar en los dos renglones, porque la pobreza obliga o porque es ya gourmet.
Quedar anclado a cosas añejas por decisión o asumirlas sin haberlas conocido, porque estaban en desuso cuando el individuo nació ¿Implica un retorno para recordar que cualquier tiempo pasado fue mejor?
Es esa mirada atrás, la que ha puesto de moda el disco de vinil, la consola, la vitrola, el cassette, la cámara de rollo, en algunos casos, versión digitalizada, la passola, incluida la Vespa, los muebles antiguos y hasta con sus pelados. La fiebre vintage.
Este es un mundo de ciudadanos que necesitan constantes cambios para seguir a flote, que en medio de tanto avance, de tanta modernidad y de facilidades que deben hacer más llevadera la existencia, viven abrumados, insomnes.
La falta de sueño y otros trastornos en ese renglón, llamados ahora disomnia son una pandemia que arrastra a la humanidad a un vacío en el que es afectada su vida personal, familiar, laboral y que al mismo tiempo es producida por otros huecos y así cae en ese círculo de angustia, de espanto que la destruye inmisericorde.
Las enfermedades, tan oportunistas, hacen fiestas en estos cuerpos modernos y las estadísticas oficiales arrojan un aumento de infartos, de cáncer, de diabetes, de males mentales, de suicidios. Tanto agobio tiene ese alto precio.
Los afanes de una existencia que compite con las prisas, con un día a día aplastante, dejan sus huellas en organismos cada vez más desgastados y como palabra protagonista sigue sobre las tablas estrés, en esa obra en la que el ser humano es la gran víctima del entorno y de sí mismo.