Petra Saviñón
La autora es periodista
El lunes 26 arrancan las clases en centros públicos preuniversitarios, o sea primaria y secundaria. A las 8:00 de la mañana, los dos millones 700 mil estudiantes de ese sistema deben iniciar su labor de aprender para multiplicar luego esos saberes. Suena tan lindo pero…
Es una hermosa frase y un concepto aplaudible, si no fuese porque ahora acceder a las escuelas estatales es cuasi un privilegio. Conseguir un cupo cuesta pérdida de sueño e inversión de dinero en viajes de un plantel a otro.
Para asegurar que sus hijos coman el pan de la enseñanza, a veces tan de mala calidad como el que sirven en el desayuno escolar, madres y padres llegaban hasta a las 3:00 de la mañana a los recintos para estar primeros cuando cinco horas después abrieran las puertas y empezaran las inscripciones.
¡Ayy! pero muchos ni así lograron que sus hijos tuvieran una butaca porque la cantidad de interesados superaba con creces (con muchas) la capacidad de las estructuras.
Ahora, al echarse la paloma, esos progenitores claman al Ministerio de Educación resolver esa carencia y el ministro, Ángel Hernández, argumenta que la falta de aulas es por la migración interna, porque la gente ha venido al Gran Santo Domingo y olvida que ese grito llega desde todo el país.
Nada responde sobre el alto número de escuelas a medio talle, y que por años han sido demandadas con la voz comunitaria que clama en el desierto y que parece que ese funcionario ni ninguna otra autoridad quieren escuchar.
Mientras, estudiar, aquel consejo útil que daban los mayores a los chicos para impulsarlos al progreso, ya no es un derecho, es un privilegio.
Después no hablen de deserción escolar.