Petra Saviñón
La autora es periodista
En el ardor de las protestas contra la reforma fiscal, el gobierno logró que su Congreso, le aprobara la constitucional, que pese a oposiciones anteriores, pasó sin más objeciones que voces desapercibidas porque la población estaba atareada con la otra modificación, la que más pesa sobre todos.
Así, de repente, una noche nos enteramos de que habemus Constitución modificada y en acto de constricción elevamos una que otra reacción pero volvimos a lo neurálgico, a gritar para impedir que nos graven la batata, la verdura, las casitas, las iglesias, las bancas de apuesta…
Entre pataletas y chistes, hacemos catarsis, sacamos la impotencia con sugerencias como que pongan impuestos igual a la servilleta (en sureño) musú para otros, y al cundeamor, joyas expedidas en las calles y en los mercados para la higiene corporal y del hogar.
Las manifestaciones incipientes amenazan con extenderse en cantidad de lugares y de participantes, pues serían tantos los impactados por la hidra cuyas siete cabezas están paridas y a la que además acompaña un pulpo todo tentáculos.
Aunque el estribillo eterno dice que la clase media será la más afectada, lo cierto es que los de abajo, los eternos jodidos son las mayores víctimas y como siempre invisibles hasta para ver que no van a la quiebra, porque ahí viven.
De todo trae esta reforma fiscal, todos los renglones abarca y por eso lacera tanto. Mas, tenemos un presidente que ya garantizó que dialogará, que escuchará antes de mandar a su Congreso este otro proyectil.
Cuidado y si lo mismo que con la Carta Magna nos embullan con esta bomba para lanzarnos un misil.
Ahí ya sería el crujir de dientes.