María Fals
La autora es crítica de arte
A finales del siglo XVI había surgido en Italia el arte barroco. Su surgimiento estuvo condicionado por el cansancio de las formas estables y poco decoradas del renacimiento, por las condiciones históricas de auge del protestantismo y la necesidad de la Iglesia Católica de un arte de propaganda que le ayudara a recuperar los fieles que había perdido, y por el desarrollo de las monarquías autoritarias que aupaban un arte cortesano grandilocuente que le servía para mostrar su poder.
El barroco, ya a mediados del siglo XVI se fue expandiendo por Europa, y en este artículo analizaremos, entonces, su presencia en Francia. En ese país, desde el siglo XVI renacentista, se había impuesto un arte palaciego, cercano a la Antigüedad Grecolatina. En el siglo XVII esta admiración por lo antiguo se mantiene, dando paso al llamado Clasicismo Francés, representativo de las cortes de Luis XIV.
Ese monarca, retratado por Gian Lorenzo Bernini en un busto inmortal, auspició el desarrollo de las ciencias y las artes, la aparición de la Academia Real de Pintura y Escultura en 1648, dirigida por su pintor de la corte Charles Le Brun (1619-1690).
Le Brun fue también director entre 1663 y 1690 de la Manufactura de los Gobelinos, dedicada a la elaboración de muebles, alfombras y tapices para el rey y la nobleza. Por tanto, este artista fue un dictador de toda la producción dentro de las artes plásticas y aplicadas que impuso sus rígidos criterios estéticos al arte de la segunda mitad del
siglo XVII en Francia.
Le Brun era admirador de la obra de Guido Reni, de Rafael y de los artistas renacentistas. Reforzó estos gustos clasicistas en Francia. Su obra está dotada de contención y elegancia. Una obra muy representativa de su producción artística es el Retrato del Canciller Séguier (1670), con una composición triangular en cuyo centro
está montado a caballo el ya nombrado cortesano. Su figura realza por su tamaño, en tanto los servidores que le rodean aparecen minimizados en tamaño e importancia.
En la escultora en Francia en el siglo XVII destacan Pierre Puguet (1620-1694), también pintor y dibujante, discípulo Pietro da Cortona, de quien trabajó mayormente en Italia, y de cuyas hábiles manos salió su escultura en mármol Milón de Crotona, donde con un pronunciado y doloroso escorzo el protagonista trata de rehuir del ataque de la fiera que pronto lo matará.
También fueron grandes escultores Antoine Coysevox (1640-1720) quien, con un arte menos pasional, pero de igual calidad, creó grandes obras en mármol como el “Neptuno” (1705) y la Fama de Luis XIV donde representa a un ángel con trompeta montado a caballo (1702). François Girardon (1628/1715), otro gran escultor francés, fue el creador de la tumba de Richelieu, terminada en 1694 y ubicada en La Sorbona.
En ella aparece el retrato funerario yacente del famoso Cardenal y ministro, sostenido por una figura femenina que representa a la religión, mientras a sus pies llorando está la ciencia.
En la arquitectura barroca francesa destacan, entre otros monumentos la Iglesia de Los Inválidos, realizada por Julio Hardouin- Mansart (1677-1706) y el Palacio de Versalles (1669-1685), diseñado por Louis Le Vau y el propio Mansart.
El palacio de Versalles era en 1623 un pabellón de Caza del monarca Luis XIII. Luis XIV, entre 1661 y 1715, lo convirtió en uno de los palacios reales más fascinantes de todas las épocas. Esta edificación que conforma una planta conformada por eles entrecruzadas está rodeada de bellos jardines geométricos, lagos artificiales,
esculturas y fuentes que le aportan un marco escenográfico de gran distinción.
La dicotomía que presenta Versalles, dada por una fachada que posee una decoración poco profusa, armónica y con influencia renacentista, con respecto a su interior plenamente barroco, decorado con pinturas murales, espejos y bronces dorados es representativa del barroco en Francia.
La Iglesia de los Inválidos (1687), está inspirada en el Panteón de Roma y la Catedral de San Pedro. Posee tres cuerpos escalonados y una cúpula peraltada, elevada y esbelta, que refuerza el sentido ascensional de la edificación.
Por tanto, por su mezcla de estilos y su dualidad entre decorativismo y limpieza, entre movimiento y rigidez, entre líneas rectas y curvas, se ha generado entre los estudiosos del barroco este debate, ¿es el barroco francés una prolongación del Renacimiento o un movimiento de ruptura? Como decía Umberto Eco, la interpretación de las obras de arte es abierta; ustedes tienen la palabra.