La cantante estadounidense Madonna convirtió la playa de Copacabana de Río de Janeiro en la mayor discoteca del mundo con un histórico concierto en la noche del sábado al que acudió un público calculado en 1.5 millones de personas, que no paró de bailar en dos horas y media de espectáculo.
La reina del pop no les dio respiro a sus admiradores y fue encadenando uno tras uno los mayores éxitos en sus 40 años de carrera ante un público, principalmente mujeres y personas del colectivo LGTBI, que coreó y bailó todas las canciones.
La diva de 65 años no defraudó a los que esperaron hasta doce horas para verla y se acercó al público varias veces por las tres pasarelas que se desprendían del gigantesco escenario de 812 metros cuadrados montado en las arenas de la playa más conocida de Brasil.
No le negó saludos ni a las cientos de personas que asistieron al concierto desde decenas de embarcaciones fondeadas frente al escenario.
Y sus admiradores la ovacionaron a todo momento y la acompañaron varias veces con un concierto de sonoros abanicos -obligatorios ante la temperatura inusual de 30 grados Celsius en esta época-, en su mayoría decorados con los colores del arcoíris.
El público ya estaba animado a la hora en que su ídolo apareció en el escenario, a las 22:36 hora local (1:36 GMT del domingo), ya que el pinchadiscos estadounidense Diplo se encargó de calentar los motores con una selección que incluyó varios clásicos del funk, el género musical nacido en las favelas de Río de Janeiro.
La estadounidense, como en todas sus presentaciones, cambió varias veces de vestimenta durante el espectáculo y vistió incluso un traje con los colores amarillo y verde de la bandera brasileña, los mismos con los que pintó sus uñas.
EFE