Petra Saviñón
La autora es periodista
Quiero hacer cosas malas, ser cruel, ir por ahí como me de la gana. La chica canta con voz suave, melodiosa. Es la estrella del bar y es la década de los 40.
Esta canción retrata el viejo afán de ser rebelde, como si fuese un plan gestado, calculado para pelear contra el sistema y burlarnos, pero ohh, sin dejar de ser víctimas. Todo papel dorado. Cero oro.
Sucede que ese interés a veces cae en un sinsentido que no pasa de un intento sin fundamento de llamar la atención, de ir contra la corriente, con letras y actitudes soeces.
Así, ahora en esta modernista época, lo vemos expuesto de forma más cruda, más explícita. Es como si las mujeres llegamos a la conclusión de que nos eleva desafiar con acciones como autocosificarnos.
Ahora echamos mano a las malas palabras para empoderarnos y ¡ojo, ojo!, el asunto no son esos términos, pues el solo clasificarlos en buenos y malos es clasismo.
El asunto es el uso dado a esas palabras, el objetivo al emplearlas. Así, como en los tiempos en los que las féminas hacíamos cosas como fumar para sentirnos poderosas. Sí, ya sabemos el desastre.
De este modo, mientras criticamos los modales groseros de los hombres hacia nosotras, nos maltratamos con definiciones que nos apocan, nos reducen, en nombre de un cuestionable empoderamiento.
Es igual en el caso de identificarnos con mujeres bíblicas malvadas, solo porque creemos que la Biblia es un libro lleno de falsedades.
O subir al pesebre del Vaticano y arrancar al muñeco del niño Jesús para gritar luego Dios es mujer! Como si tuviéramos siquiera absoluta certeza de que Dios existe.
Es empoderamiento que abre múltiples laberintos y deja baches grandes a revisar.