Como responsable de Exteriores durante la presidencia de Richard Nixon y Gerald Ford, Kissinger encabezó la distensión con la Unión Soviética, la apertura a China y la diplomacia itinerante en Oriente Medio.
Henry Kissinger, el estratega que marcó el rumbo de la diplomacia estadounidense en la segunda mitad del siglo XX, falleció ayer miércoles, según ha anunciado su oficina. El que fuera secretario de Estado bajo dos presidentes y polémico premio Nobel de la Paz, protagonista del restablecimiento de las relaciones entre EE UU y China, responsable de bombardeos en Vietnam y quien apoyó el golpe de Estado de Pinochet en Chile, ha muerto en su residencia de Connecticut a los 100 años.
Una de las figuras más controvertidas del siglo pasado, inconfundible con sus características gafas de pasta y un acento alemán que nunca terminó de perder, había permanecido activo hasta el último momento: este año, el de su centenario, promocionaba su libro sobre estilos de liderazgo, había testificado ante un comité del Senado sobre la amenaza nuclear de Corea del Norte y en julio pasado se había desplazado por sorpresa a Pekín para una reunión con el presidente chino, Xi Jinping.
Murió lúcido a los 100 años, nació el 27 de mayo de 1823. Judío nacido en Alemania -su nombre original era Heinz Alfred Kissinger-, llegó a Estados Unidos de adolescente, en 1938, huyendo del régimen nazi junto a su familia.
Durante la Segunda Guerra Mundial se alistó en el ejército estadounidense y estuvo destinado en Europa. Tan intelectualmente brillante como arrogante, agudo sentido del humor, e interesado en numerosas disciplinas, estuvo a punto de inclinarse por los estudios científicos antes de decidirse por las relaciones internacionales.
Tras una distinguida carrera académica de 17 años en la Universidad de Harvard, entró en la Administración estadounidense de la mano del republicano Richard Nixon, que le nombraría primero consejero de Seguridad Nacional y después secretario de Estado durante su mandato.
En los años setenta, desempeñó un papel clave -cuya huella aún perdura, medio siglo más tarde- en la mayor parte de los acontecimientos mundiales de esa etapa de la Guerra Fría. Lo suyo era la realpolitik, el pragmatismo. Su estilo de diplomacia buscaba lograr objetivos prácticos, más que guiarse por principios o exportar ideales políticos.
Para sus defensores, consiguió promover los intereses estadounidenses y ampliar la influencia de su país en el resto del mundo, dejándolo en una posición que le acabaría permitiendo vencer en la Guerra Fría y quedar como única superpotencia. Para sus -muy numerosos- detractores, fue una combinación de Maquiavelo y Mefistófeles que nunca llegó a rendir cuentas de unas acciones que dejaron enormes daños y dolor en los países perjudicados.
Su miedo al establecimiento de regímenes de izquierdas en América Latina le condujo a apoyar -cuando no promover- dictaduras militares en la región. En 1970 conspiró con la CIA para desestabilizar y conseguir la caída del Gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende en Chile.
Su poder como el gran artífice de la política exterior estadounidense creció durante el escándalo Watergate y a medida que se debilitaba el de Nixon, su teórico jefe. La dimisión de este presidente en 1975 disminuyó su influencia, pero no la eliminó durante el mandato del presidente Gerald Ford (1974-1977). A lo largo del resto de su vida continuó prestando asesoría a políticos republicanos y demócratas, escribiendo libros, pronunciando discursos y gestionando una firma de consultoría global.
Si nunca le abandonó la fama, tampoco lo hizo la polémica. Sus políticas en el sureste asiático y su apoyo a las dictaduras en América Latina hicieron que le llovieran acusaciones de criminal de guerra y exigencias de que rindiera cuentas de sus decisiones. Su premio Nobel de la Paz, en 1973, concedido ex aequo junto al norvietnamita Le Duc Tho -quien lo rechazó- fue uno de los más controvertidos de la Historia. Dos miembros del comité Nobel encargado de adjudicar el galardón dimitieron. Llovieron las críticas y las exigencias de investigación sobre el bombardeo secreto estadounidense de Camboya en 1970.
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, el entones presidente George W. Bush le eligió para encabezar un comité investigador. La oposición demócrata denunció conflicto de interés con muchos de los clientes de la consultora de Kissinger, lo que obligó al antiguo secretario de Estado a renunciar al cargo.
Divorciado en 1964 de su primera esposa, Ann Fleischer, con quien tuvo dos hijos, durante una década se granjeó fama de mujeriego pese a no ser exactamente un Adonis -”el poder es el mejor afrodisíaco”, alegaba él-. En 1974 se casó con Nancy Maginess, colaboradora del gobernador de Nueva York Nelson Rockefeller.
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Autora; Macarena Vidal Liy