María Fals
La autora es crítica de arte
La creación estética es más que nunca un reflejo subjetivo de una realidad llena de espejismos, donde muchos Van Gogh desconocidos están languideciendo
El concepto de arte es muy relativo en el contexto contemporáneo. Incluye dos piedras amarradas a una pequeña hoja que se va deteriorando con el tiempo hasta su desaparición final como es el caso de la obra de Giovanni Anselmo, las sublimes espirales ígneas de Geo Ripley o su cráneo relleno de semillas germinadas de maíz, el tiburón bañado de cloroformo de Damien Hirst y las obras “ingenuas y felices” de Romero Britto.
Esta visión inclusiva del arte moderno, que da espacio al todo y a la nada, a lo grotesco y a lo sublime, a lo bello y a lo feo, es contradictoria en sí misma ya que va creando una nueva academia, un modo de decir y de hacer donde la ausencia de reglas es la regla de oro, donde los criterios de selección y premiación de obras para grandes concursos son tan abiertos que dependen muchas veces del gusto estético de los jurados de turno.
El mercado de arte se suma a este escenario, aportando intereses donde el artista y su obra quedan muchas veces convertidos en engranajes de un mecanismo de venta, como se puede apreciar en grandes espacios expositivos, en los que en la ficha técnica no aparece el nombre del autor y sí el de la galería o coleccionista que la posee como intermediario para la reventa.
La creación estética es más que nunca un reflejo subjetivo de una realidad llena de espejismos, donde muchos Van Gogh desconocidos están languideciendo sin ser descubiertos, donde grandes maestros fallecen sin ser valorados en su justa medida, donde la brecha entre arte y público espectador se hace cada vez más marcada, generándose un panorama complejo en un mundo aún más complejo, de guerras terribles y de calentamiento global.
Se suma a todo esto la visión individualista que la Postmodernidad ha aportado, donde todo se basa en la interpretación y en la visión personal de los hechos, donde la hermenéutica, entendida como la ciencia de la interpretación, y la semiótica, estudio pragmático de los mensajes de los signos y símbolos, han tenido un amplio campo de desarrollo.
Unos artistas dan protagonismo a la idea artística, otros al proceso creativo, los terceros al resultado, sea o no efímero. Algunos construyen ellos mismos sus artefactos-obras, una buena parte los encargan a terceros o buscan colaboradores para su ejecución. Todo cabe, todo es posible en el mundo actual.
Por tanto, es cada día más difícil definir un concepto generalizador de arte, pues la creación artística hoy abarca desde las canciones de Bad Bunny hasta las de Plácido Domingo, desde las obras de Banksy hasta las de Ron Mueck, desde las esculturas de Oscar Ferre Navarro hasta los tomates cosidos -con S , no con C- de Claudia Frau. La valoración está a la altura de tu mirada, de tus criterios, de tu psicología, de tu comprensión del mundo, a veces tan ajenas a las de tu vecino como las esencias contradictorias de Marte y Júpiter, aunque ambos sean planetas de nuestro sistema solar.
En este universo cambiante, la actividad del historiador del arte es cada vez más necesaria, como cronista y relator de lo que acontece, como especialista que busca realizar un análisis basado en los métodos científicos- el histórico lógico, el sociológico, el inductivo, el deductivo o cualquier otro- que aporte evidencias, que se sostenga en epistemes y no en doxas, para poder construir una historia del arte sin sesgos, verdaderamente integrada al campo de las ciencias sociales y humanísticas.