Petra Saviñón Ferreras
La autora es periodista
La educación salva a los pueblos, esa máxima enarbolada desde tanto ha, es una verdad de esas que no ameritan más aclaraciones. Con esta herramienta es posible tener salud, empleo, vivienda digna y tantas, tantas cosas. Pero…
Aún con todos estos elementos a favor, parece que esa estrategia de progreso vive una inversión en la que ya no pesa tanto y va en declive, porque hay otros referentes que motivan más y porque los encargados de formar, igual pueden deformar con sus escasos conocimientos y habilidades pedagógicas.
Amén de las huelgas cruentas del gremio que los agrupa, que afectan a los más desfavorecidos, esos a lo que el Estado desampara al permitir y cometer frecuentes atropellos.
De este modo, ese elemento sufre un bajón que nos deja mal parados, casi al quemarnos, con una estructura compuesta por estudiantes desganados, violentos que convierten los planteles en campos de batalla física, verbal y sicológica, y hasta en espacios para relaciones sexuales.
Alumnos que irrespetan el uniforme, a los profesores, al recinto y claro a sí mismos, con más tiempo dedicado a las pantallas y a la banalidad que a las tareas escolares. Dejados arrastrar por elementos que desde su fama y dinero les incitan a la deserción escolar, al consumo de drogas y al sexo precoz.
Mas, ese esquema es muy abarcador y contiene de igual manera a los maestros que denigran con sus correcciones desproporcionadas, sustentadas sobre la relación de jerarquía, aquella de la piedra y el huevo.
Instructores que en múltiples casos carecen de la instrucción y la capacidad mínimas para enseñar, poco formados, con escasa cultura general, como si no entendieran que en sus manos tienen un material a pulir.
Esta estructura es coronada por autoridades que desimportantizan la educación con su poco interés en concluir centros educativos de comunidades empobrecidas, que llevan hasta más de una década en espera de un techo para comer el pan de la enseñanza, ese derecho inalienable que les arrebatan.
Claro que en el sistema igual hay muchas cosas buenas, estudiantes con ganas, con entusiasmo, docentes preparados para sembrar la semilla, solidarios, sensibles, una comunidad educativa dispuesta, colaboradora, que quiere hacerlo y hacerlo bien.
A esos apostamos, siempre.