Joseline Feliz Javier
Los hechos lamentables ocurridos en los últimos tiempos, tanto en nuestro país como en diferentes partes del mundo, nos dejan secuelas emocionales que arrastran como consecuencia el estrés, incertidumbre, y angustia. Se percibe una atmósfera inestable y gran impotencia al ver cómo la humanidad se destruye poco a poco, con una muy evidente carencia de amor hacia el prójimo.
Las estadísticas revelan niveles muy altos de delincuencia a nivel local y cifras alarmantes de violencia en todo el mundo. La tasa de homicidio sube significativamente y varios países de Latinoamérica aparecen en la lista con los peores resultados. República Dominicana no es la excepción.
En nuestro país actualmente se ha perdido el privilegio de transitar libremente por las calles a cualquier hora del día. No hay espacio para la distracción, es casi imposible que uno vaya por ahí, ya sea caminando o conduciendo, sin sentirse amenazado o en peligro inminente ante la delincuencia.
La aprensión se ha apoderado de nuestras vidas, a menudo somos presos del temor. Las historias dantescas que han ocupado los principales titulares de los periódicos en todos estos días, incluso con una secuencia de sucesos como si se tratara de una película de ciencia ficción, ha dejado como resultado un panorama sombrío y una inevitable sensación de desaliento, ya no confiamos en las habilidades humana para solucionar la calamidad.
En el caso específico de la República Dominicana, nuestras autoridades han mostrado una cierta incapacidad para hacer frente a la delincuencia voraz que nos invade. No hay un plan estratégico, que muestre una luz en el camino hacia una solución a mediano largo plazo. Desde la óptica terrenal pareciera como si poco a poco nos fuéramos deslizando hacia un porvenir incierto.
Ante este escenario, algunos claman a Dios y piden para que tome el control, pero el control Dios nunca lo ha perdido. Él está sentado en su trono observando con pesar como el hombre ha decido ser absoluto en sus ideas y “sabio” en su propia opinión, lo ha dejado actuar a su libre albedrío. Pero la humanidad ha decidido vivir de espaldas a Dios, ha trazado su propio rumbo, sin hacer caso a las leyes divinas; y por lo tanto, lo que vivimos no es más que el resultado y consecuencia de equivocadas decisiones.
Dios nos creó con un espacio en nuestro corazón que solo puede ser llenado por El. Cuando ocupamos ese lugar con cosas materiales, tendremos vidas vacías, insaciables, vulnerables a toda clase de enfermedades del alma: como depresión, traumas, ambición, envidia, codicia, heridas profundas y dureza de corazón.
Para el hombre moderno no es nada popular acercarse a Dios, conocerlo, vivir bajo sus preceptos. Algunos afirman que tal práctica es puro fanatismo o ignorancia. Estamos viviendo en la era del relativismo moral, una época en la que apenas es perceptible la diferencia entre lo malo y lo bueno. “A lo malo le llaman bueno y a lo bueno le llaman malo” (Isaías 5:20). No debemos extrañarnos entonces de la incertidumbre que acontece. Sin lugar a dudas vivimos en tiempos revueltos.
La palabra de Dios dice: “En los últimos días, muchos tropezarán y caerán, y se traicionarán unos a otros, y unos a otros se odiarán…y debido al aumento de la maldad el amor de muchos se enfriará”. (Mateo 24: 10-11 y 12).
Hoy se hace necesario, más que nunca, depositar nuestra esperanza en Cristo, poner nuestra mirada en Él para encontrar seguridad, consuelo, y el oportuno socorro. El hombre, como creación de Dios, solo encuentra paz bajo su cobertura; al apartarnos de él nos quedamos sin un refugio seguro donde habitar.
Recién celebramos la Pascua de Resurrección, en la que recordamos un hecho sin precedente y el más trascendental de toda la historia: la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Ojalá haya sido un tiempo de reflexión, para que resucite en nuestro corazón la firme decisión de volver a las sendas antiguas, de humillarnos delante de Dios; pues solo así nuestra nación y los países del mundo encontrarán descanso y sosiego.
La voluntad del Dios Todopoderoso es que hagamos un alto, nos advierte que no son nuestros caminos los que traen bendición y descanso, sino el suyo. La fe en medio de la tribulación trae consigo gozo y una paz que sobrepasa todo entendimiento.
Apocalipsis 3:20 dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo”.
Busquemos al Señor mientras pueda ser hallado y no olvidemos nunca que en medio de toda circunstancia adversa, Dios siempre tiene el control.