Petra Saviñón Ferreras
La autora es periodista
En este universo posmoderno y progresista el pensamiento único es criticado con agrias protestas en las calles, no uso callejeras para que no digan… y en nombre de la libertad de convicción pasan tantas cosas. Pareciera que a veces vamos cuesta abajo sin frenos.
Es como si en defensa de los derechos pensemos que el único pensamiento único que no es válido es el ajeno. Así, es más una lucha contra el pensamiento distinto, una batalla que ha llegado incluso a agresiones físicas.
Paradoja o no, ver que personas que reclaman respeto a sus posiciones ofenden insultan golpean a otras que no están de acuerdo con esas posturas y restan credibilidad a sus causas.
Esto sin contar que no están todos los que son ni son todos los que están, que muchos abrazan ideales a conciencia por creencia absoluta en sus convicciones, otros por motivos distintos, hasta materiales.
De tal modo navegamos en esta cantera de discursos de frases hechas, manoseadas que pierden efectividad, como el espumante destapado y contemplamos cómo en nombre de reivindicaciones, de igualdad, de equidad, somos capaces de destrozar a nuestros semejantes.
Lo peor llega cuando agarrados de una cuota de poder aplastamos a esa misma gente que en público defendemos o cuando alzamos la voz por causas de moda: los niños, las mujeres, los inmigrantes, los pobres y sacamos grueso beneficio de sus desgracias.