María Fals
La autora es crítica e historiadora del arte
Antonio del Moral (Adelmo) es un pintor cubano americano graduado en la Academia de San Alejandro en La Habana, Cuba. Vive en Estados Unidos desde 1962, país donde continuó sus estudios en The Corcoran School of Art y en American University de Washington D.C. Es el propietario de la Galería Adelmo, ubicada en Miami, en la que tiene su estudio. Comparte sus experiencias creativas con Mike Hellem, vicepresidente de este espacio expositivo y alumno. Con ellos colabora Stephany, su secretaria y ayudante.
La visita al mundo creativo de Adelmo es una bella experiencia que te comunica con la magia y la bondad del arte. Antonio es un artista visual polifacético, capaz de trabajar con excelencia, disímiles técnicas, como la acuarela, con la que pinta, paisajes de los mogotes que rodean el Valle de Viñales en Cuba o de un campo florecido de tulipanes en Holanda. Usa también el gouache, con el que nos ofrece distintos planos de color, trabaja el óleo con el que elabora variados temas, entre ellos bodegones llenos de luz, la pintura acrílica la utiliza en diferentes formatos, así como el aguafuerte y los tyles cerámicos. Realiza además esculto-pinturas como la de un torso recubierto de cuadrículas cargadas de color.
Antonio del Moral, por razones de trabajo, ha viajado mucho y de cada uno de los lugares visitados ha querido captar la esencia, el alma escondida en cada soplo de viento, en cada silueta, en cada hoja u árbol, en las vetustas paredes de una pequeña iglesia en Costa Rica, en los “diablitos” de los carnavales habaneros, en los techos de tejas de las casas rurales de la Toscana. Lo identitario y lo universal están recreados conjuntamente en su producción artística, en la que la luz tropical es una constante que invade y afirma la representación de cada elemento.
Los temas mitológicos de las Gracias, las aves canoras, el desnudo trabajado con una línea decorativa, el manejo de la profundidad a través de la dinámica del color, la pincelada suelta a veces, punteada otras o basada en grandes planos encerrados en líneas ondulantes y definidas, nos llevan a decir que es un artista consumado que se manifiesta con igual habilidad a través de diferentes recursos.
Admirador de la obra de Amelia Peláez, en ocasiones ha hecho homenajes a sus trabajos, desarrollando una interpretación personal de la pintura de esa gran artista cubana con la que dialoga en la captación pictórica de los vitrales de los medio puntos habaneros destacando lo fitomórfico, lo geométrico y lo abstracto.
En cuanto a estilos, Adelmo como un trashumante, viaja según su gusto y estado de ánimo por remedos de impresionismo, postimpresionismo, fauvismo e incluso cubismo sintético. En otras obras nos sorprende con un expresionismo muy marcado, el que por momentos diluye tanto la forma que esta se torna abstracta.
Apasionado de las flores, sus orquídeas violáceas se hermanan con flores anónimas amarillas o con las lilas rojas que alegran la mirada. Sus mangos y ciruelas o manzanas están pintados de manera tan realista que sentimos su perfume, que nos conduce a un “bosque encantado” donde el arcoíris ha impregnado a las yerbas y a los senderos.
Algunas de sus obras recuerdan al arte islámico de los atauriques y lacerías, a su universo de formas que se replican en un espacio ordenado y altamente creativo donde las vibraciones del color son las protagonistas. La admiración por lo egipcio, que surge de su observación directa del busto de Nefertiti, se aprecia en otras de sus creaciones.
La alegría de vivir, la experimentación y la búsqueda platónica de la verdad, del bien y de la belleza son las constantes conceptuales que se respiran al contemplar algunos de los legados de este gran artista cubano, estadounidense y latinoamericano. Su maestría y dominio, su deseo de enseñar a otros el arte de mezclar con sabiduría las formas, los matices, las líneas y las texturas está plenamente vigente.
En un mundo como el de hoy, donde el artista en ocasiones es obviado en las fichas técnicas de algunos grandes centros expositivos del arte mundial contemporáneo, mencionando solo el título de la obra y el nombre de sus coleccionistas, galeristas o marchands, el valorar el legado de creadores como Antonio del Moral es una misión imprescindible para todo historiador del arte que se niegue a olvidar a aquellos que ponen en alto la cultura de nuestros pueblos en otros espacios que los acogieron, a aquellos que llevan en sus pinceles la Patria que no olvidan y a la que honran con sus obras.