Por María Fals
M.A. Crítica e Historiadora del Arte
Definir a Geo Ripley como artista visual es sólo ver una de las aristas de un ser de fuego con muchas facetas. Geo Ripley pudiera decir sobre sí mismo lo que decía Martí en sus versos sencillos: “Yo vengo de todas partes y hacia todas partes voy, arte soy entre las artes y en los montes monte soy.”
Geo es un eterno curioso, explorador, personaje poblado de mitologías, antropólogo, maestro, disidente, furibundo opositor del arte conformista, escritor, trotamundos, diplomático, doctor Honoris Causa de la universidad de Tamaulipas, pero sobre todo es aire, luz y punto de encuentros.
Nace en el centro del siglo XX en la Caracas a la que su padre emigra junto a su familia, perseguido debido a su oposición al régimen de Trujillo. Proveniente de una familia de defensores de ideales de libertad y justicia, usa como armas de combate su criterio de arte único y su creatividad sin límites.
Niño prodigioso, comienza a pintar desde el segundo grado de primaria. Ya a los 17 años, en 1967, gana el segundo premio de dibujo del Concurso Eduardo León Jimenes con la obra “Inspiración” una explosión de colores metálicos sobre fondo azul.
Esta obra estuvo precedida por “La mano del pueblo consumido por la fuerza bruta del Ejército” nacida de su ingenio en 1964 como una premonición de lo que sería un año más tarde la Guerra de Abril.
Geo, maestro del dibujo, colorista consumado, fue uno de los primeros artistas dominicanos que se vinculó al arte conceptual, al performance, al videoarte, a las instalaciones, reinterpretando un universo mágico y ancestral donde todo es arte, donde lo espiritual puede estar encarnado en una elipsis, en una textura, en el polvo rojo de ladrillos que cubre la palidez de un cuerpo, en las velas multicolores, en las espirales del polvo del café recién tostado.
Su “ Meditación en la vida a través de la muerte”, presentado en 1975 en Cannes Sur Mer, muestra la evolución de la germinación de granos de maíz en las oquedades de un cráneo, su video arte “Pijao” presentado en el 50 aniversario del MOMA de Nueva York se vincula a la provocación de su “Ancestro con el cuerpo pintado de Rojo” durante la Décimo Novena Bienal Sao Paulo donde llegó con su Yembé Martín París, con un caballo blanco y su corporeidad teñida de rojo, doblegando la falsa moral, el tradicionalismo opaco y los prejuicios.
La capacidad de decir con poco, de sintetizar en un fondo dorado el origen del todo, de forjar un universo de significados, está presente en su Cristo de las espinas. Los matices del blanco infinito de muchas de sus obras contrastan con lienzos como “La última cena” (2022), pieza que pudiera ubicarse dentro de una filosofía cristiana y al mismo tiempo neoplatónica, en el que como lenguas de fuego salen el Cristo y sus apóstoles, rompiendo la lobreguez de la cueva oscura.
Sus telas, instalaciones y escultopinturas que remedan a Yukahu, a la Atabey dadora de vida, sus vivencias en el África primigenia donde vivió el mito y se convirtió en leyenda, sus vírgenes de La Altagracia, sus crucifixiones, la búsqueda en su arte de la profundidad de lo inconmensurable hacen de Geo una personalidad difícil de encasillar en un quehacer, en una tendencia, en un dogma, en una escuela.
Geo es sólo Geo, no es discípulo de nadie y es amigo de todos, es el soñador que se miró una vez en “El espejo de la pitonisa”, que tocó las puertas de la muerte y retornó con el corazón abierto a seguirnos llenando de arte y esperanzas, retando a lo mezquino, rompiendo con los moldes, pagando a veces el duro precio de la incomprensión, como sucede todo renovador.
Sin embargo, con sus creaciones va destruyendo los calificativos y las clasificaciones, uniendo aquello que “en la vida real es imposible de conciliar” a través del círculo perfecto del vino tinto derramado en el alma.