Petra Saviñón Ferreras
Carteles que recuerdan que las personas con condiciones especiales tienen preferencia en cuestiones como asientos en el metro, nos enrostran de forma lastimosa que es menester insistir para que ese derecho sea respetado.
Pero lo peor es que ni así es posible lograr mayor sensibilidad, puesto que hay quienes osan hacerse los desentendidos sobre los bancos grises, cuando ni siquiera debería ser una imposición ceder no esos reservados, cualquiera.
Tiempo ha que cursa en el Congreso un proyecto contra la discriminación por color de piel, prefiero evitar el término racial, que ya está bastante claro el desfase del concepto raza.
Resulta grotesco que sea necesario hacer eso, pedir una ley para castigar a quienes marginan, y lastimen de forma emocional y hasta física por esa causa.
Así, vemos igual mensajes que instan a respetar los derechos de los discapacitados y voces que claman por sanciones legales.
Esto sería por antonomasia legislar por la humanización, por implantar el humanismo en seres que parece hemos olvidado lo valioso de darnos, la capacidad de entrega, esa que lleva a proteger, a contener a los vulnerables.
¿Qué humanidad es esta que necesita la implementación de castigos para devolverla a la bondad, a los actos que la definen gente?
Claro que esto no ha sido perdido de repente, que no es un modismo generacional. Lo confirman siglos y siglos de atrocidades, de atropellos, que es necesario empezar a romper, tal vez no con escarmientos.
Quizás cuadre aquí el recordatorio de que más moscas son atrapadas con miel que con vinagre.