Por: María de las Nieves Fals Fors
Historiadora del Arte
La historia como ciencia social expresa la evolución dialéctica de los procesos, en este caso, artísticos. Mi admirado profesor de Historia del Arte, Francisco Prats Puig, cuando enfocaba la transmutación de un movimiento en otro, nos hablaba siempre de lo que llamaba la “Ley del cansancio de formas” que no es más que una versión de la “Ley del Desarrollo en espiral” aplicada al arte.
El paso de un estilo artístico a otro se ha dado a través de una evolución que al mismo tiempo tiene puntos de ruptura que dan paso a un nuevo estilo o movimiento. Un ejemplo muy claro de esto es el paso de la arquitectura románica a la gótica.
El arte románico rescató en la arquitectura, a través de experimentaciones empíricas, el uso de la piedra, el arco de medio punto y las bóvedas de cañón romanas, concibiendo edificaciones toscas y oscuras.
En un proceso de perfeccionamiento técnico, en busca de la altura y de la luz, el arco de medio punto se fue alargando, multiplicando, entrecruzando, para dar paso al arco ojival y a la bóveda de crucería gótica, a un edificio más elevado, con enormes ventanales de tracería gótica.
Desde los enfoques de la “Teoría del reflejo en el arte”, ambos movimientos expresaban simbólicamente el constructo social e ideológico de su momento histórico: una sociedad románica, monástica y burguesa de los siglos X al XII, que es poco a poco sustituida por los aires de renovación del mundo gótico urbano, abierto, burgués.
Luego, la arquitectura gótica es paulatinamente sustituida por la del Renacimiento en los siglos XV y XVI. Se retorna a los arcos de medio punto y a las bóvedas de cañón y de aristas, incorporándose las majestuosas cúpulas en obras de tránsito como la Catedral de Florencia.
El criterio de orden y medida aristotélico se expresa nuevamente a través del principio de Alberti de proporción y armonía entre las partes, la exuberancia gótica da paso a una límpida y perfecta sencillez, que carece del recargamiento gótico y recuerda a la simplicidad de un románico superado.
Mas tarde, el horror al vacío ya presente en el gótico retorna, el recargamiento vuelve en una búsqueda del Dios infinito. El deseo de acercarse a un cielo sublime y el oponerse a nuevas interpretaciones de los dogmas cristianos, lleva al nacimiento y desarrollo del barroco de los siglos XVII y XVIII, donde se sigue expresando lo clásico a través de arcos redondeados, dé bóvedas de cañón y de aristas, pero multiplicadas, reinterpretadas, recordando en su fuerza, pasión y superdecoración al gótico de la Baja Edad Media.
En el neoclasicismo retorna la gracia de lo sencillo, la admiración a aquella Antigüedad Clásica cuya evocación estuvo tan presente en el románico y en el renacimiento, dejando atrás el universo místico, complejo e inestable del barroco.
El arte de los siglos XIX, XX y XXI, a través de muy disímiles formas y movimientos, fue rompiendo con el “historicismo” sin lograrlo del todo. El paradigma del clasicismo griego y romano resurge en la arquitectura postmoderna de Charles Moore, Aldo Rossi y Robert Venturi, quienes pretenden unificar lo viejo con lo nuevo, el lenguaje historicista con el racionalismo, gestando híbridos que solo el buen gusto de sus diseñadores logra salvar del absurdo.
Así, en fórmulas de repetición y superación, de búsquedas en el pasado con proyección hacia el futuro, en medio de un proceso de adaptación y renovación, de rupturas y desarrollo de lo novedoso, ha evolucionado esa selva sin fin que es el arte y en el caso específico de lo tratado, la arquitectura occidental, en un camino que refleja la belleza y utilidad de sus fundamentos teóricos y estéticos concebidos como espiral dorada que avanza hacia lo ignoto.